Solemnidad y fascinación. Por Vicente Hernández Belando
En el día 8 de diciembre del año 1991 y en Villena, falleció serenamente con la paz sencilla que disfrutaba, con la convicción cristiana que tenía y con la esperanza firme que transmitía, la venerable anciana Consuelo Belando López, a los cien años y diez meses de edad: a 17 días de la Navidad que anhelaba. Todos los episodios suyos son notables.
Con motivo de su Centenario (8-2-91) recibió parabienes y obsequios. El regalo más simple llevaba una inscripción que decía: «Cumplesiglos feliz». En el relieve artístico de otro objeto trivial se leía: «Cien años de amores y dolores». La tarta del Gran Aniversario, proclamaba con letras de artesanía confitera: «Cuatro generaciones te contemplan». Las palabras bordadas a mano sobre un tapiz, afirmaban: «El homenaje en tu honor no acaba nunca». La cajita adornada con lazos, portaba esta leyenda: «Eres arcaica; pero sensible, romántica, sentimental, estoica y artista». La esclavina o toquilla tenía una cinta donde resaltaba esta frase: «Veinte lustros viviendo intensamente». El texto del telegrama es este: «Satisfacción inmensa «Alegría desbordante - Emoción profunda - Abrazo efusivo». La tarjeta que pendía del hermoso ramo de flores, expresaba: «Pensando en el día de tu exaltación secular, me saltan las lágrimas y te envío estos cien claveles (uno por cada año que has cumplido con vida)». En la base de un espléndido florero, se leía: «Estas rosas frescas con que te obsequio, no se marchitarán jamás en nuestros corazones». La carta iba dirigida a «La Histórica, Honorable, Longeva, Señorial y Lúcida Paisana Mía». El abanico llevaba un escrito con letras góticas: «Le flojean las piernas, pero le fortalecen los sentimientos». En la toalla brilla un letrero: «Espera a la muerte, pero no desdeña a la vida». En el mantón figura una frase categórica: «Tu vivir es como tu tiempo. No lo pierdes y tienes bastante». La nota unida a la bufanda de lana, encomiaba: «Tu ancianidad es sublime». Los pañuelos marcados con hilo y gusto, laureaban: «Siglo bien llevado». El neceser exhibe dos adjetivos muy grabados: «Hacendosa y alentadora». La poesía galardonada lleva por título: «La ancianísima que por tanto vivir, aún no ha muerto». Su recitación requiere maestría. El pergamino mostraba en letras color de oro antiguo: «Ni envejecer, ni morir, sino soñar, sonreír, amar, esperar..., como tú». El armonioso y magistral soneto llamado «La Centenaria», fiel retrato de la homenajeada, se declama con ímpetu, con énfasis, con arte y con talento. El paquete de la sorpresa, anunciaba: «Todo es triunfo en la vejez de la señora trabajosa, que débil por los años, se complace en superar su Centenario».
Los medios de comunicación social se hicieron eco de la efemérides y le concertaron una entrevista, cuya realización resultó mejor de lo que el cuestionario programado prometía. La noticia llegó a Madrid. Y en el Palacio de la Lealtad, el eximio escritor Alberto Zúñiga Silva, en tono estrictamente confidencial dijo con sobriedad y elegancia: «Ensalcemos y honremos a la mujer meritoria que con entrega total y anónima, culmina diez décadas de existencia laboriosa para seguir tan apacible, tan resignada, tan confortante y tan eufórica como siempre».
Consuelo es símbolo de longevidad y lucidez. Fue centro de satisfacción y gracejo. Punto de encuentro con episodios vividos. Caudal de historias, anécdotas, datos y detalles. Memoria retentiva, archivo del pasado, lucimiento del presente y premio de la vejez. Había enviudado a los 54 años (1944). Fue blanco solitario de traiciones, mentiras, fraudes y engaños. Viuda, encajó y resistió desde 1951 en adelante, la terrible y espeluznante Herencia Belandina. En ésta intervinieron: albaceas canallas, satélites infames, consejeros bestiales, herederos, traidores, prometedores engañosos, reconocidos incumplidores, negadores de arreglo, comprometidos falsarios, intrusos frenéticos, mangantes sucios, propaladores de infundios, explotadores de la confianza, amigos de su ventaja, violadores de acuerdos, tiradores encubiertos, cómplices sin escrúpulos, taimados, trapaceros y el protagonista de su propia comedia (progenitor de los burladores, padrino de los allegados, padre también de la víctima, culpable del escándalo). Una tropa así, con actos tan insólitos y deplorables como rigurosamente auténticos, despertó enorme expectación en torno a la actitud de la hoy desaparecida. La realidad supera a la fantasía. Los hechos son más expresivos que los discursos. Debemos dejar constancia escrita del vil suceso contemporáneo. Las fases preparatorias de la villanía, nos obligan a ser testigos de su bajeza. Vivimos épocas. Somos historia. Esto es apabullante. Aterrador.
Delante de tantas situaciones humillantes e injustas (paternas y fraternas), que crearon los tunantes poniendo todos los obstáculos en contra de la finada, ésta no sucumbió, sino que se levantó sacando fuerzas de flaqueza creciéndose ante la adversidad, para convertir su desengaño en fuente inagotable de ironía inteligente. En esta excepcional mujer fecunda y longeva que yace al fin en la tumba por su vejez secular, se dio la circunstancia del surgimiento confortador con el oro y con la sangre del pensamiento, sobre las ruinas y a pesar del caos familiar. Una maravilla. Un fenómeno. Un encanto. Un acontecimiento compensador. Increíble. Los expectantes, aún están atónitos y perplejos.
A esta fuerte dama de temple tenaz, no le amilanó el cataclismo del amasijo que le endilgaron, ni le amedrentó la cínica osadía de los desaprensivos que con malas artes la defenestraron. Un problema difícil que resolvió la hoy difunta, de modo estoico y admirable: perdiendo la herencia sin renunciar a la misma. Plan inusitado. Por eso la existencia de la inefable Consuelo, resultó mejor de lo que el miserable contubernio del fatídico Clan Belandés presagiaba; ya que el temperamento de la que condenaron torpemente a la marginación, arrolló a los vaticinios, frente a todo pronóstico, fallando las previsiones y equivocándose los agoreros. Atrayente. Extraordinario. Inexplicable. Imprevisible.
Esta fabulosa matrona sólo obtuvo de su dinastía el dolor de volver a empezar. Pero la servidumbre realmente amarga y brutal de la expoliación a la que fue sometida con maniobra alevosa, delató a los turbulentos artífices de promesas ilusorias, acusando a los enanos promotores de la ficción oficial montada contra la entonces abuela viuda, luego bisabuela y ahora cadáver. Por eso con la defunción de esta vieja, no termina su historia, sino que empieza a crecer con su mito, su tradición y su leyenda. Alta motivación para un escritor pletórico con pluma exquisita y apasionante. Pronto se encontrarán para realizarse.
La desposeída ya difunta, no podía vivir más tiempo. Su estado senil era insostenible. Aunque en ella la senectud era cautivadora, la senilidad es enfermedad que sólo se cura con la muerte. Los médicos ya no le diagnosticaban ni le recetaban. Todo era ya inútil. Su vida se extinguía como una brasa que se apaga con lentitud. Sin sentir le sobrevino el óbito después de haber visto con tristeza como sus pérfidos farsantes le iban premuriendo sin antes igualarle con el arreglo pactado al anticipar el reparto con manipulación capciosa. Inevitable le llegó el fallecimiento, pero tras comprobar que la cuadrilla de sus crueles ejecutores había cometido contra ella la monstruosa arbitrariedad de consumar el afrentoso exterminio, que anonada y perturba con tambaleo.
Así eludían los superlistos el grave compromiso contraído para reparar la espantosa transgresión, ante la reivindicación imprescriptible de la perjudicada. En esa acción horrendamente traidora, culminaron los bribones sus intencionados proyectos probando la capacidad de sus estómagos y dando la medida de los hijos del averno, que con su felonía pasaban a la posteridad. Eso fue lo que hicieron los padres de la trampa, sabiendo la hecatombe que ocasionaban. Y eso mismo fue lo que tuvo que aguantar esta sola sufrida mujer de dilatados lustros de vida, hoy ya en silencio para siempre y de cuerpo presente que ya no rechista ni resuella. Pero la razón aplastante de la víctima, su figura indoblegable, su actitud imponente, su entereza total, su lenguaje claro, su mente lúcida, su argumento contundente, su toque de atención y su estilo peculiar, se agigantan a través de los años. Desarrollo ilimitado en el tiempo.
Con sus intervenciones primero y con sus reclamaciones después, quedó demostrado sobradamente que la hoy fenecida trató de evitar los estragos de la fraguada catástrofe. Su vehemencia apretó y trompicó a los actores de la farsa. Su causa estremeció a las piedras. Pero no pudo contra los elementos que prepararon el execrable programa, ni contra los sátiros que lo consintieron, ni contra los saqueadores que lo perpetraron, ni contra los oportunistas que lo defendieron. Ese estrepitoso fracaso suyo, fue su éxito clamoroso, aunque resulte una paradoja. Porque se desligó de los descomponedores, no tuvo que ocultar ningún secreto bochornoso, rompió su vínculo denigrante, estuvo libre de toda sospecha y fue única. Asombroso e inolvidable proceso de la corrupta e irritante sucesión. Nadie jamás podrá evitar la universalidad de esta tremenda y vergonzosa andrómina. Nada la detendrá. El tiempo será testigo.
Sin embargo, en su hora suprema, ya en el trance del tránsito, sólo quería hablar de Dios. Expiró santamente despidiéndose cuando rezaba entregando su alma al Altísimo, ya que del Supremo Hacedor la había recibido un siglo largo atrás, cuando nació en el día 8 de febrero del año 1891. En un suspiro se fue, sin darse cuenta. Al cerrar los ojos se quedó como dormida en un sueño dulce y profundo. Dios le dé el descanso eterno y la luz perpetua. Sólo sus hijos, nietos y bisnietos llorarán su muerte. Sólo sus descendientes sentirán su ausencia. Sólo sus vástagos en las noches largas de invierno, cuando las fiestas de Navidad se acerquen, pensarán que la bisabuela ya no está con sus seres queridos. Pero con el traslado de esta ancestral viuda a su última morada, a todos se nos ha ido una parte historiográfica del pueblo de la Virgen de las Virtudes. El ámbito territorial sufre una pérdida irreparable. En la ciudad, ahora sin la vieja cronista que ya es materia putrefacta, no se habría conocido el elogio del que fue su marido Francisco Hernández Ferriz: aquel agricultor íntegro que en el día 21 de abril de 1944, acabó de vivir súbitamente cultivando la tierra gloriosa de la cuenca del Vinalopó, en la que el agrario había nacido en el día 3 de diciembre de 1882, a la que el cuidador de plantaciones tanto amaba, con la que el humanista villenés tan identificado se sentía, en donde el cultivador directo criaba los frutos del país y allí en donde el propietario agrícola disfrutaba produciendo al servicio de los consumidores.
La extinta, con la vital personalidad en su entorno, ocupa un sitio de preferencia en el acontecer del tiempo. Por consiguiente, ha entrado ya a formar parte del casticismo popular. Tanto, que en el sabotaje tramado y consumado en la calle de los Bárbaros interventores número nueve, es necesario resaltar con esplendor la ro-tunda discrepancia, la absoluta indignación y el duro ataque de la hoy exánime. Roguemos al Señor por ella. En lo sucesivo será imposible hablar de la aniquilada ausente sin nombrar a sus lobos feroces: tanto en forma de sus dinamiteros declarados, como convertidos en sus intrépidos trapisondistas ocultos (padre incluido). Inaudito y horripilante. Pero inexorablemente histórico y exacto. Ya no se puede ver más. Imposible mayor ultraje.
Este desmantelamiento tan ignominioso no es nuevo ni viejo: es intemporal. Y para llevarlo a cabo no temblaron sus abominables autores torvos y procaces. Estos beneficiarios retadores que habían perdido la razón en la operación devastadora, luego con su pasividad ejercieron la actitud más hiriente para la perjudicada. Morbo que es la causa del repugnante remate, donde nacen injusticias, discordias y guerras.
Cuando se sabe que los locos de entonces estuvieron sueltos, ya no sorprende la situación que tuvo que soportar la entrañable Consuelo durante aquel festival de neuróticos, paranoicos y esquizofrénicos, que ebrios en su demencia afirmaban no hacer lo malo, sino realizar lo peor. De locura. No sé por qué estaban abiertas las puertas del manicomio.
Rindamos homenaje póstumo a la típica nativa: exuberante de vida, paciente de soledades, brillante de ingenio y artesana de lujo. Su abrumadora biografía es un libro extenso, profundo e impresionante. En sus páginas prevalece el criterio de que la verdad es antes que la paz. Magnífica obra en la que todas y cada una de sus palabras son cabales, firmes y precisas. Espléndida apología en donde hasta los silencios son elocuentes. Su marco es incomparable y su fondo es conmovedor.
Alabemos a la genial, vetusta, majestuosa, serenísima, discreta, imponderable, soñadora y centenaria, que reposando fría sin vida en el ataúd, significa fin o comienzo, produce tristeza, levanta ánimos, gana voluntades, clarifica ideas, infunde confianza, transmite satisfacción, promueve pensamientos y engendra poesía emotiva inspirando a su hijo.
Tuve un tesoro importante más valioso que el dinero fue el cariño de mi madre que revive en el recuerdo. Gozo un sueño confortante amplio, intenso y duradero larga historia fascinante que me inunda de consuelo.
(Autorizada la reproducción total, citando su procedencia).
Extraído de la Revista Villena de 1995
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