MARTÍNEZ DE OLIVENCIA
Gobernaba en la Edad Media
por singular privilegio
Malta e islas adyacentes
un grupo de caballeros,
antiguos Hospitalarios,
que en el transcurso del tiempo
llamáronse Orden de Malta,
porque misión de sus miembros
era defender la isla
de enemigos acérrimos,
y proteger con las armas
a multitud de viajeros
peregrinos, que marchaban
al lugar del nacimiento,
de la vida y de la muerte
del divino nazareno.
El gran turco Solimán
navega por mar abierto con
doscientas veinte naves y
su poderoso ejército hacia
la isla de Malta, para dar
cima al proyecto de tomar
aquella plaza sometiéndola
Parissot de la Vallete
defiende con gran denuedo
las murallas y fortines.
Sus soldados, cuerpo a cuerpo,
se lanzan contra enemigos
hasta caer combatiendo.
En tan desigual batalla
y con tan exiguos medios,
mermados sus efectivos,
tienen que ceder terreno.
Los cañones del gran Turco
con sus cien bocas de fuego
hacen que al fin se derrumbe
el gran fuerte de San Telmo,
quedando desmantelados
los arsenales y el puerto.
Era virrey de Sicilia
don García de Toledo,
quien al conocer de Malta
la noticia de su cerco,
por orden del rey Felipe
trató de poner remedio
con veintiocho galeras
y once mil arcabuceros.
Juzga el virrey necesario
enviar un mensajero
al gran Maestre de Malta
para que resista el cerco,
no se rinda en el combate
y hagan todos un esfuerzo
hasta que llegue la escuadra
con los más valientes tercios.
Juan Martínez de Olivencia,
villenense de los buenos,
capitán de noble alcurnia,
debelador y guerrero,
fue escogido entre millares
para esta empresa de riesgo.
El osado capitán
se lanzó al mar turbulento
metido en una barquilla,
cáscara de nuez al viento.
hecha con pieles de vaca y ensamblaje de maderos.
Se encomendó a su Patrona
y, a mil peligros expuesto,
logró acercarse a la isla,
cruzó sin ser descubierto
entre naves enemigas,
y el valiente aventurero
protegido por la noche
alcanzó la playa ileso.
Los defensores de Malta
al capitán recibieron
con grandes muestras de júbilo,
porque les llevaba alientos
para no rendir la plaza
y proseguir combatiendo.
Su temerario valor
le llevó a pasar de nuevo
entre la escuadra enemiga,
y tras un penoso esfuerzo
llegó a la isla de Gozo,
todo un páramo desierto.
Instalado en la montaña
con resplandores de incendios
comunicaba a los suyos
que la misión tuvo éxito.
Encendía más hogueras
en ambos lados extremos
para orientar a la escuadra
con sus nocturnos destellos.
Dirigidos por sus luces
desembarcaron los nuestros,
burlando la vigilancia
de aquel aguerrido ejército. (1)
Las tropas del rey Felipe
lucharon y combatieron
hasta conquistar la isla
y vencer al agareno.
Conoció el rey la proeza
de aquel capitán intrépido,
y le otorgó que en su escudo
figurase, como premio,
junto a dos torres de plata,
un montecillo de fuego,
una cabeza de vaca
y la barquilla de cuero. (2)
Con tan famosa victoria
se puso a la guerra término,
y Martínez de Olivencia
pudo cumplir sus anhelos
de retornar sano y salvo
a los lares de su pueblo.
Viene el capitán eufórico,
radiante, jovial, contento,
por realizar tal hazaña
que parece más un sueño.
Trae consigo la barquilla,
el más preciado trofeo,
que le ofrenda a su Patrona
para dejarla en recuerdo,
como reliquia sagrada
que se conserve en su templo.
Como lámpara votiva,
colgada estuvo del techo
por espacio de tres siglos
la frágil barca de cuero.
JERONIMO HERNANDEZ SANTIAGO
(1) Los tercios españoles desembarcaron en Malta el 5 de septiembre de 1575.
(2) Concesión de Felipe II a Martínez de Olivencia por Real Cédula, fechada en Aranjuez a 20 de octubre de 1576
Extraído de la Revista Villena de 1976
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