Villena por la música. Una orquesta, una banda, un pueblo con sensibilidad artística, a la sombra nobilísima de RUPERTO CHAPÍ. Por ANTONIO FERNANDEZ-CID
Tenía una sola experiencia y un recuerdo. Aquella, de una conferencia personal en el ambiente más propicio, cálido, sensible que pueda imaginarse. Este, de un premio concedido a mi labor crítica, uno de los primeros recibidos en mi carrera ya larga, que el Ayuntamiento villenense había instituido en memoria y homenaje a Ruperto Chapí, distinción que desde entonces engalana mi «curriculum». Pero el contacto había sido breve, circunscrito a las actividades citadas. Faltaba un encuentro de profundidades mayor, que pudo efectuarse en ocasión de la última Semana de Música Mediterránea, como las anteriores no limitada al ciclo en la capital de la provincia, sino extendida con acierto a puntos destacados en ella. Esta vez, Villena.
Fue todo un día en el que se multiplicaron los agasajos artísticos y gastronómicos, las personales atenciones. Una vez más pude comprobar qué lejos está de ser baldío el trabajo de comunicación con recipiendarios invisibles que se establece a través del espacio, por los de Televisión española. No se tome a orgullo personal, que sería ridículo; sí a orgullo de amante de la música, en bien del arte al que ha consagrado un servicio de toda la vida: la pobrecita música, siempre que se le acerca el pueblo, encuentra en él un eco extraordinario y quienes la comentamos con ilusión, un clima de simpatía que en Villena quedó reflejado en saludos, presentaciones espontáneas, comentarios generosos y peticiones de autógrafos. También, todo hay que decirlo en los inocultables nervios del maestro Carrascosa García, director de la Banda Municipal de Villena, tan preciso en el mando de la corporación musical y tan balbuceante cuando intentaba disculpar deficiencias que él, con modestia, se empeñaba en plantear a su labor.
Porque esa jornada festiva en Villena, se vio presidida por la Música, con mayúsculas. Por la mañana, concierto de la Banda, en el mismo local en que a la tarde actuaría la Orquesta Sinfónica de Londres, con solista y director de postín: Victoria de los Ángeles y Jesús López Cobos.
Incluso los enviados especiales, críticos de distintos puntos de la geografía nacional, hubimos de sonreírnos al leer la hoja profusamente distribuida, en la que, con el mismo alarde tipográfico y el encabezamiento «Dos grandes conciertos en Villena», se hablaba de los programas de Banda propia y orquesta forastera. Bien merecida la alternativa, para impulso y estímulo de unos instrumentistas locales que sacrifican al trabajo artístico muchas de sus horas de asueto, que labora por amor a la música, sin detenerse a la exigencia laboral de más pingües retribuciones, quizás imposibles para el Municipio que aún con las actuales, tan desprendido esfuerzo ha de realizar.
Concierto de la Banda, rodeada por la más bella atmósfera, que es la compensación mejor, la más envidiable: por el cariño de los suyos, que dirigían miradas furtivas a nuestro palco y respiraban hondo cuando veían nuestros gestos satisfechos.
En el programa, iniciado con un pasacalles pinturero del propio director especialista en ellos, un variado, exigente recorrido, para desembocar en el ramillete de páginas de Ruperto Chapí. Con ellas, claro, la exposición enfervorizada. Ochenta elementos, de todas las edades y procedencias, rendían así homenaje a la figura que lleva el nombre de Villena por el mundo, con su obra.
Después, podría venir el análisis sobre la disciplina, el buen hacer de la Banda. Entonces, más bien, la contemplación gozosa, partícipes nosotros también de la general satisfacción.
Concluido el concierto, en los jardines, la visita, casi en peregrinación, al monumento que Villena levantó en memoria de Chapí. En torno a él, con nuevos amigos ilusionados, recuerdos de crítico de sus encuentros con su obra, en especial de las magistrales interpretaciones de los grandes conjuntos viajeros por el mundo que clausuraban sus actuaciones con los compases inconfundibles —imanes de Argenta, de Frühbeck! — de «El tambor de granaderos», «La Revoltosa»...
El óptimo yantar, después, con especialistas locales tan apetecibles como peligrosas para la conservación de la línea... Pronto, el ensayo de la Orquesta.
Habían llegado poco antes los profesores de la Sinfónica de Londres. A las cinco estaban convocados, A las siete y media era el concierto. Sólo media hora entre la prueba y la actuación. Y en aquella, para general sorpresa de los asistentes, ni un solo compás de la obertura, la sinfonía, el ciclo vocal previstos. Sólo el preludio de «La Revoltosa», que jamás habían tocado, que la mayoría de los profesores incluso descubrían como oyentes. Trabajo atento, curioso, en el que pronto se reprodujo la letra, pero el espíritu tardó mucho más, aún a pesar de la guía de López Cobos, a quien ha de apuntársele el mérito de la viabilidad definitiva, que parecía imposible.
En el concierto, lección soberana de una de las mejores orquestas de Europa, una gran batuta de España, una cantante, Victoria de los Ángeles, que todavía, incluso cuando pasó la etapa de plenitud, es un lujo de nuestro país,… y de un público sensible, atento, respetuoso y entusiasta con una serie que poco propicia al clamor popular como las «Canciones de los niños muertos», de Mahler. Y, claro, la locura jubilosa al corear el arranque del preludio del «Chiquet».
Se coronaba de esa forma una jornada por muchos motivos memorables. Al evocarla, es bien sincero el reflejo de nuestra admiración y la enhorabuena que se orienta, cordialísima, al Ayuntamiento, padrino de la festividad musical, sus artífices, el maestro Manuel Carrascosa García y los elementos de la Banda Municipal y el pueblo de Villena, digno de haber sido cuna de ese gran músico español universal que se llamó Ruperto Chapí.
Extraído de la Revista Villena de 1976
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