10 sept 2025

1996 CARTA ABIERTA A ALFREDO ROJAS NAVARRO, HIJO PREDILECTO DE LA CIUDAD DE VILLENA.

Carta abierta a Alfredo Rojas Navarro, Hijo Predilecto de la ciudad de Villena. Por PACO GARCÍA.
Tomando como excusa el comentario del libro "Sentencias del presidente Magnaud", cuenta el maestro Azorín un hecho extraño, sucedido en un pueblo manchego. El juez, Don Alonso, ha dictado un veredicto insólito: por una vez, se ha apartado de la ley y ha juzgado con arreglo a su conciencia; y "la ciudad está alborotada" y "sus habitantes escandalizados y trastornados". En estos días de mayo el pueblo de Villena también ha sido testigo de algo singular: el Ayuntamiento, con el voto afirmativo de sus veintiún concejales, con el respaldo unánime de las instituciones y asociaciones locales y el de los conciudadanos, te ha nombrado, Alfredo, "Hijo Predilecto" de la Ciudad. Pero, en esta ocasión, el juez que se ha apartado de la ley -es decir, de los moldes y valores convencionalmente establecidos-, siguiendo el dictamen de su "buena conciencia", ha sido todo el pueblo. Y, por eso, también ahora, las gentes de Villena se han desbordado de alegría, de agradecimiento y de amor.
Alfredo, tienes por cierto que el alto honor concedido por el Ayuntamiento no lo mereces y, más todavía, que las manifestaciones de afecto plasmadas en el "Libro de la Amistad" y en la multitudinaria comida-homenaje son excesivas. Antonio Machado, el hombre bueno, el poeta-filósofo, podría reconvenirte: "En mi soledad\ he visto cosas muy claras, \ que no son verdad". En tu modestia, te sientes abrumado por una carga demasiado pesada. Sopórtala, Alfredo, sopórtala. Sigue hasta el final con tu "generosidad insultante". (Ángel Luis Prieto de Paula, porque tiene la sabiduría de traducir con exactitud la idea en palabra, escogió el adjetivo justo para definir tu primera virtud, en lo que te dijo —en lo que nos dijo—, durante la sobremesa de la comida que te ofrecimos sólo algunos, aunque fuéramos muchos, de tus amigos).
En aquella sobremesa, que fue la mejor demostración del acierto de tu nombramiento, no supo tu equilibrio racional poner coto a la emoción; lo pasaste mal, tu voz se quebró angustiada... Y, al instante, brotó el aplauso fuerte, largo y unánime de tus casi doscientos amigos. Aquel aplauso fue la evidencia cordial del afecto compartido, cumplió el propósito que, inconscientemente, deseábamos todos: te permitió recuperar una cierta serenidad en el decir. Nos aseguraste que, como tantos, no habías hecho más que cumplir con tu obligación, que satisfacer tus propias aficiones, que ser fiel a tus amigos; que no habías escrito páginas inmortales ni sinfonías maravillosas... Y te preguntaste: "¿Cómo pagaros lo que habéis hecho por mí?". Debieras saber, Alfredo, que el agradecido no es tanto quien está pendiente de pagar la deuda contraída, sino aquél que espera paciente la oportunidad y, si ésta no llega, gusta de reconocerse perpetuamente deudor.
Si nos atenemos a la tabla de valores, impuestos en nombre de no se sabe quién, probablemente estés en la verdad, aunque, de cualquier forma, no es malo el reconocimiento de las propias limitaciones, porque sólo los necios se muestran enteramente satisfechos de sus obras. Y es preciso reconocer que en el juego cruel de la vida, únicamente sostenido por el azar, has tenido siempre presente el consejo dorsiano: "Una sola cosa, aprendiz, estudiante, hijo mío, te será contada: tu obra Bien Hecha"; has sabido poner voluntad de perfección en cuanto has hecho. En mi opinión, que poco vale, has escrito miles de páginas espléndidas: unas, en torno a la psicología y sociología de la Fiesta de Moros y Cristianos; en otras, has volcado tus conocimientos y tu devoción por la música, el ensayo o la narrativa corta, y, en las más, has elevado a categoría la anécdota de nuestro lenguaje vernáculo. No debo ocultarte que son estas últimas las que más aprecio. En las "Charraícas del Paseo", en los "Sainetes festeros" y, especialmente en las "Villanerías" has sabido llegar, con honrada fidelidad, a las entrañas del pueblo, sin "inventar" palabras, sin rebuscamientos fonéticos. En estas páginas, si se saben leer en lo que dicen y en lo que callan, está tu pensamiento claro, tu hondo conocimiento de las gentes de Villena. En ellas se podría encontrar materia suficiente para un estudio riguroso de nuestra intrahistoria; en ellas hay, también, toda una filosofía de lo popular que, si fuese capaz, quisiera dar a conocer un día.
Tengo para mí, sin embargo, que tu mejor página es la que has escrito con tu vida ejemplar, con la letra menuda del trabajo esforzado. Tu primer oficio, cuando apenas tenías doce años, fue el de aprendiz de zapatero, poco después te anclaste definitivamente en el de impresor, puliendo con el cuidado paciente del buen artesano los originales, como con las lentes hiciera el piadoso Spinoza. Desde el principio, debió despertarse en ti una enorme curiosidad intelectual que, desde tu autodidactismo, te ha permitido alcanzar la cumbre más alta. Y con la doble dimensión del trabajo y del estudio, has orientado tu vida hacia los demás: no solamente te ha encontrado todo aquel —amigo, conocido o desconocido— que ha precisado algo de ti, sino que te has anticipado en adivinar la necesidad del otro, para atenderla en demasía. Únicamente tú sabes, Alfredo, porque a nadie se lo has confiado, cuántos artículos ha firmado otro por ti, cuántas palabras has regalado para que otro las pronunciara como suyas, cuántas horas de tu tiempo habrás dado a los demás..., cómo, mediante el regalo de tu inagotable riqueza, has conseguido que "el más pobre pescador reme con remos de oro". Tu obra literaria, Alfredo, es muy importante, pero el arquetipo de tu vida generosa lo es mucho más, en estos tiempos en los que el individualismo egoísta se ha transmutado en virtud. No ha sido doblez en tu caso el estar con los unos y con los otros, sino hombría de bien, generosidad; porque, llegada la ocasión, con dignidad has sabido rectificar a cualquiera sin herirlo, como hubo de reconocer, mal que le pesara, Camilo José Cela, estimable como escritor, pero no tanto como persona. Puede, Alfredo, que con tu nombramiento se haya dado un primer paso hacia unos nuevos valores: pongo mi esperanza en que un día se pueda premiar, sin prejuicios, al mejor ciudadano —da lo mismo que sea peón de albañil, zapatero o músico genial—, y que, por ejemplo, se rotulen las calles de Villena con el nombre de quienes han dado lo mejor de ellos mismos, para que, de este modo, pueda conservarse la memoria de la historia verdadera.
Así que, algo has hecho, Alfredo, algo has hecho.
En nuestro "Café de las doce", en el que la amistad ha conseguido, en raro prodigio, borrar las diferencias religiosas, políticas o económicas que existen entre nosotros, nos decías, identificándote con Paco Mollá, el poeta de la luz elemental: "Tan solo lo que das es tuyo para siempre". Tú, Alfredo, regalando tus dones, como si nada, te has ido engrandeciendo en humanidad. Y tu pueblo, tus gentes, solamente han hecho lo que debían hacer.
Extraído de la Revista Villena de 1996

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