La Cruz de la Cañada. Por MIGUEL FLOR AMAT
Por iniciativa de la Junta Directiva del Círculo Agrícola Mercantil de Villena (saliente hace poco) con su presidente, el Sr. D. Francisco Ferri, tuvieron la feliz idea y acuerdo por dicha Junta, el restaurar, lo que fuera la llamada «Cruz de la Cañada».
Con motivo de las obras de ampliación de la carretera Madrid-Alicante, por Obras Públicas, éstos tuvieron que apartar la basamenta o rollos de piedra de dicha cruz, a un lado de la carretera, muy cerca de donde está la ciudad deportiva del Círculo Agrícola, y allí estuvieron bastante tiempo amontonadas, casi en el olvido; pero el criterio que siempre ha guiado a esa entidad, de promocionar y fomentar deporte y cultura, hicieron que fuera posible se rescatara así un símbolo histórico y popular, aunque no de hechos históricos de alguna batalla o algún otro episodio relacionado con la nobleza, ni mucho menos de «cruz de término», sino que fue un hecho luctuoso y lamentable, ocurrido en ese lugar que por causa de una riada, fallecieron un padre y su hijo, «un pañero de Almansa, que vino a vender sus mercancías en nuestra famosa Feria», según nos relata nuestro querido y llorado Rvdo. D. Gaspar Archent Avellán, canónigo que fue de la S.I. Catedral Basílica de Valencia, gran entusiasta por toda la cultura e historia de Villena, en su «ROMANCERO VILLENENSE», de sabor costumbrista e histórico local; precisamente en el año 1926 obtuvo en unos Juegos Florales el premio «CIRCULO VILLENENSE», por el romance titulado «Las cinco campanadas», una de las historias de su nombrado «Romancero Villenense», tiene en su haber una gran e inédita (en su mayoría) cantidad de poesías, dignas de todo elogio; entre otras, fue alma y vida de todo lo relacionado con la coronación de la Virgen de las Virtudes en el año 1923; creo que se le debe de dar a conocer al pueblo de Villena toda su obra, pero otra persona más versada que yo, y hacerle así el homenaje que se merece.
Bueno, siguiendo con el relato de la Cruz de la Cañada, o más bien el llamado «Hondo de la Cañada», nuestro amigo D. Mateo Marco, en su «Estudio sobre una inundación en la Edad Moderna», estudio realizado para el libro sobre el Congreso de Historia del Señorío de Villena, dice: «Uno de los ramales al norte del cerro del campet con dirección hacia Cañada, es decir, por todo el Valle de Benejama, mientras otro se desarrollaba al sur del Cerro del Campet hacia el Salarete, Hoya de Biar, etc., siendo este cauce natural. Las aguas desbordadas en el «partidor» del Campet y que descendían por el Valle de Benejama, inundaban las partidas ya nombradas y también las del Grec, el Campo, las Fuentes y, ¡cómo no!, la de la Cruz, antes «Hondo de la Cañada», todo esto ocurría en el siglo XVI.
El Ayuntamiento de entonces, para conmemorar este hecho luctuoso y que tanta impresión produjo en la población, se erigió esta cruz, que con ésta ha tenido tres versiones: los caminantes y lugareños, al pasar se paraban, agachaban la cabeza y rezaban una oración...
La directiva de la «Agrícola» se interesó mucho en encontrar vestigios y en uno de sus boletines, el de octubre de 1995, resaltaban esta idea de restaurar la cruz y de pedir a todos sus socios y personas de Villena, que les diera algún dato, a fin de realizar esta restauración con la mayor información y dejarla terminada lo más parecida posible, así pues, al no llegarles más datos, se optó, como decimos, hacerla como la anterior, que era de hierro y sus bases de rollos de piedra.
Movido por mi inquietud por todo lo relacionado con la historia de Villena, enseguida me puse a averiguar más cosas relacionadas con esta historia de la Cruz, ayudado por mi estimado amigo, D. Hilario Hernández, precisamente porque tiene su finca por allí cerca, como también preguntado a su pariente D. Leovigildo Hernández Soriano, y éstos me dicen que recuerda muy bien que la Cruz era de MADERA, con sus rollos de piedra, igual que están hoy, estaba, me dicen, muy envejecida, era una cruz sencilla, sin más, sin ningún adorno, pero en la guerra civil del 36 fue destruida, y en los años 40, después de la guerra, se hizo de nuevo, pero esta vez de hierro.
Después de un desafortunado accidente de camión, me cuentan, dio contra la Cruz y quedó doblada y medio destruida.
La persona o personas que pusieron la primera Cruz, se desconocen por el momento; la segunda, y primera de hierro, dicen pudo hacerla D. Vicente Belando, herrero. La transportó con su carro Diego Hernández Ferriz, el costo de esta cruz fue de 150 pesetas, hay quien opina que la pagó el suegro de Diego Hernández Ferriz, que se llamaba Joaquín Tomás, la colocación fue a cargo de Miguel Gil (conocido por el tío Miguel el albañil, o el chato).
La cruz la bendijo D. Leopoldo Hernández Amorós, sacerdote e hijo de Villena. Hay una anécdota un tanto macabra sobre esta cruz, pues ocurrió en el año 1936: una mañana varias personas vimos, me dicen, un «ardacho» colgado y muerto sobre la cruz, y hubo personas que no le dieron importancia, pero otros cuentan que el significado era triste, porque esto quería decir que pronto veríamos a los curas colgados..., son cosas que se cuentan de boca en boca por la gente llana del pueblo, así es como me lo contaron y yo lo cuento.
La financiación de la nueva Cruz ha sido costeada por el Círculo Agrícola, con un total 237.871 pesetas por albañilería y cruz de hierro. La empresa Ferretería Ferri prestó sin cargo alguno la grúa con la cual se hizo posible la colocación de la cruz.
Con un tiempo intempestivo de viento y frío intenso, se colocan las primeras piedras o rollos; el día 12 de marzo pasado, el día siguiente, día 13, la segunda fase o escalón, y el 14 se coloca el último tramo y base, donde irá ubicada la cruz, y ya por fin el día 16, sábado, se colocó la cruz, debido a que el día 15 no pudo ser por estar lloviendo.
Talleres Massó, de Villena, se encargó de fabricar la cruz de hierro con una viga de doble T, de un largo de 1'80 metros y cada brazo y cabeza de 75 cros. Su peso es de 200 kgs. aproximadamente, y el maestro de obras que llevó a cabo la restauración es D. César Villaescusa.
En todo momento, durante las obras, se personaba el Sr. Ferri, presidente entonces, a supervisar estas obras de restauración, así como D. Vicente García y algún empleado del Círculo Agrícola, para ayudar en la colocación de la Cruz.
Es digno de elogio resaltar la feliz idea de esta entidad cultural que ha hecho posible se rescatara un símbolo histórico-popular de nuestro patrimonio villenense.
A fin de que todos los ciudadanos de Villena conozcan bien esta historia, les transcribo el romance titulado «LA CRUZ DE LA CAÑADA», de D. Gaspar Archent, nombrado anteriormente, y sirva como colofón de todo este relato relacionado con dicha Cruz.
Día 12 de marzo colocación de la 1.ª fase de piedras o escalón
LA CRUZ DE LA CAÑADA (Tradición)
Al salir de nuestro pueblo
por la amplia carretera
que hacía Almansa se dirige
y hasta el mismo Madrid llega,
apenas el caminante
recorre una media legua,
llega a un sitio conocido
que se llama aquí en Villena
el «hondo de la Cañada»
y del camino a la izquierda
ve levantarse una cruz
solitaria y polvorienta
con los brazos extendidos,
demandando al que se acerca,
con el lenguaje elocuente
que su simbolismo encierra,
una oración fervorosa,
una súplica sincera
por el eterno descanso
de alguien que tras dura brega
pereció allí como víctima
de una desgracia funesta
cuya lúgubre memoria
la tradición nos conserva
y empapada en sus perfumes
hasta nosotros hoy llega.
I
Vino un pañero de Almansa
a la ciudad de Villena
a vender sus mercancías
en nuestra famosa feria,
y después de realizado
el empeño que trajera,
satisfecho y sonriente
volvía para su tierra,
calculando las ganancias
que lograra con sus ventas.
Montaba mula briosa
que iba trotando ligera
y cabalgando a la grupa
una criatura tierna,
un hijo de pocos años
el feliz pañero lleva.
Iban el padre y el hijo
con faz alegre y risueña
añorando las venturas
que en su casa les esperan,
lamentando que las horas
sean en su marcha tan lentas,
pues siempre el camino es largo
cuando la dicha se acerca
y en cambio es breve el sendero
que a la desgracia nos lleva.
Cuando llegaron al hondo
de la Cañada, se encuentran
con que una gran avenida
inunda toda la tierra,
convirtiendo aquel lugar
en una laguna inmensa
cuyas aguas cenagosas,
rugientes y turbulentas,
van subiendo de nivel
como creciente marea,
arrollando con su furia
lo que a su paso se encuentra.
En vano extienden la vista
para buscar una senda
por la que logren cruzar
aquellas aguas revueltas,
pues ya no se ven caminos
ni se divisan veredas
y todo el hondo es un lago
de tan lejanas riberas
que es temerario el afán
de querer llegar a ellas.
¿Qué harán en tan duro trance?
¿Regresarán a Villena
para esperar el momento
en que las aguas desciendan?
Es cierto que este propósito
el más acertado fuera,
pero la razón se turba
y no brillan las ideas
cuando el corazón impone
el imperio de su fuerza;
y proseguir adelante
el corazón lo desea
porque hay una madre dulce
y a la vez esposa tierna
que del esposo y del hijo
está esperando la vuelta.
Por otra parte confían
en el vigor de la bestia,
de aquella mula rumbosa
con que atravesar intentan
el peligroso oleaje
de las aguas turbulentas,
porque es valiente y es joven
es un animal de fuerza
que los sacará triunfantes
de tan arriesgada empresa.
Ya no dudan ni un momento;
es una cosa resuelta
el proseguir en su marcha,
y empuñando bien las riendas
se lanzan al torbellino
de la corriente funesta
sin meditar de aquel acto
las fatales consecuencias,
ni pensar bien en lo grave
de los peligros que acechan.
II
Lentamente caminando
en la laguna se internan,
siendo fácil al principio
la peligrosa tarea,
porque el agua aún es muy poca
y la corriente muy lenta.
Mas prosiguen el avance
y a medida que penetran
en aquel mar anchuroso,
va acrecentando su fuerza
la corriente, y de las aguas
el nivel tanto se eleva
que los dos van montados
a mojarse los pies llegan.
Por otra parte, la mula,
ya recelosa e inquieta,
se resiste a proseguir
y levanta la cabeza
oteando el horizonte
cual si buscara una senda,
un terreno resistente
en donde apoyarse pueda
y librarse del embate
de las aguas, que asemeja
el rugir del huracán
y el furor de la tormenta.
Aun avanzaron un poco,
pero ya el momento llega
en que parándose en firme
no quiere seguir la bestia,
y ni halagos ni caricias,
ni tirones de las riendas
consiguen que avance un paso
ni de aquel sitio se mueva.
Los momentos son muy críticos,
es ya la angustia suprema
y el pañero, pesaroso
de lanzarse a aquella empresa,
ve que el único remedio
es regresar a Villena
porque es más fácil volverse
que atravesar lo que queda.
Pero al llevar a la práctica
esta salvadora idea,
en el momento preciso
en que ya iba a dar la vuelta,
por una mala fortuna
la caballería tropieza
y aquel hijo de su alma
que el padre consigo lleva,
por la fuerte sacudida
se desprende de la bestia
y lo arrastra la corriente
como una pluma ligera.
Al sentir sobre sí el peso
de la cruel desgracia horrenda,
notó aquel padre que hervía
la sangre dentro de las venas
con un acceso de fiebre,
de calentura paterna,
de esa fiebre que tan sólo
los padres experimentan,
fiebre de amores sublimes
que envuelve como una niebla
el resplandor de la mente,
la luz de la inteligencia,
y sólo el corazón manda
porque la razón no piensa.
Si aquel padre, arrastrado
del cariño por la fuerza,
no vacila ni un instante
y embargado por la idea
de librar al hijo suyo
antes de que ahogado muera,
se arroja al punto a las aguas
y la salvación intenta
de aquel hijo de su amor
que la corriente se lleva
y unas veces lo sepulta
hasta tocar en la tierra
y lo levanta otras veces
y hace asomar la cabeza
y agitar los tiernos brazos
como si auxilio pidiera.
El padre que horrorizado
ha divisado esta escena,
jadeante y sudoroso,
saca bríos de flaquezas
y tropezando y cayendo
en su siniestra carrera,
logró alcanzar a su hijo
que contra su pecho aprieta
como el que alcanza el tesoro
que su corazón desea.
Mas ¡ay! que el padre infeliz
siente que fallan sus fuerzas,
que no puede con la carga,
que sus miembros ya flaquean,
que su vista se oscurece,
que la muerte se le acerca
y encomendándose a Dios
en aquella hora suprema,
a la furia de las aguas
el hijo y padre se entregan.
III
Cuando después de unos días
tanto las aguas amenguan,
que ya se ve tierra firme
y se divisan las sendas,
como un informe montón
cubierto de fango y tierra,
descubrieron unos hombres
la infortunada pareja:
aquel padre desgraciado
que aun con sus brazos sujeta
el cadáver de su hijo
por el que la vida diera.
Al tenerse la noticia
de la catástrofe inmensa
hubo tan gran conmoción
en el pueblo de Villena
que todos los corazones
se inundaron de tristeza,
y cual perenne recuerdo
de la desgracia funesta
levantaron esa cruz
que junto a la carretera
con los brazos extendidos
hacia los cielos se eleva.
*****
Caminantes que cruzáis
de la vida por las sendas,
fijaos en esa cruz
solitaria y polvorienta
que es la «Cruz de la Cañada»
y si llegáis junto a ella,
llenos de santo respeto
descubrid vuestras cabezas
y brote de vuestros labios
una súplica sincera
pidiendo para aquel padre
la paz de la gloria eterna.
Extraído de la Revista Villena de 1996
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