6 feb 2021

AUTOBIOGRAFÍA DE JOSÉ Mª SOLER GARCÍA

Nací en Villena, el treinta de septiembre de 1905, en la calle de La Trinidad, n.º 2, tercer piso, en la misma habitación donde hoy tengo instalado mi despacho particular. Y no es que hayamos vivido allí toda la vida, sino que mi padre, en cierta ocasión tuvo una agencia de seguros en Cartagena y allí vivimos desde 1914 hasta 1917 en la calle Santa Florentina, n.º 11 -allí nació y murió mi hermana Caridad-. En el año 1917 regresamos a Villena y vivimos una temporada en varios domicilios: calle Ferriz, calle de Santiago y Maestro Caravaca -donde murió mi hermana Bienvenida; el porche de esta casa lo ocupábamos los amigos para depositar las meriendas de las monas en los días de Pascua-. Posteriormente, enterados de la ausencia de inquilinos en la calle de La Trinidad n.º 2, volvimos a ocupar la casa donde nací.
Mi padre había tenido el capricho de grabar en 1905, con un diamante en el cristal de uno de los balcones de la casa, la fecha de mi nacimiento y el de mi hermana Consuelo. Y allí permanecía cuando volvimos, hasta que en una especie de reunión, una pequeña juerga que tuvimos en la casa, en un momento de euforia, uno de los amigos con el codo rompió el cristal. Fue un gran disgusto para mi padre.
Tuvimos cuatro hermanos más: Bienvenida, Ricardo, Manolo y Caridad. Los cuatro murieron de pequeños; hemos quedado, precisamente los dos mayores.
Mi infancia fue la de un niño normal, yo jugaba con los amigos a todos los juegos de entonces: las bolas, mate y cartones, la trompa... muchos de los cuales figuran en el Cancionero popular villenense. Había un juego, que hoy no lo vemos empleado, que se llamaba «El Birle», que consistía en arrojar una moneda a la pared o al bordillo de la acera. Tiraba uno después de otro, y si la moneda del segundo quedaba a menos de un palmo de la otra, se llevaba las dos. Aquí, como en los demás juegos, teníamos un rival extraordinario, una muchacha a la que llamábamos «La Pelendrina», nos ganaba en todos los juegos. Como se dice en villenero: «Nos engalipaba y luego nos pilfaba». Nos ganaba en todos los juegos menos al «Mate y Palmo», porque hasta el momento no he encontrado otra persona que tenga más palmo que yo, hasta el punto de que se lo he propuesto al «Guiness» y no lo han admitido porque este «record» no estaba homologado. Cuando jugábamos a esos juegos teníamos que poner una medida ya que ninguno quería jugar conmigo.
Hacia el año 1915 surgió en Villena una compañía de aquellos «boy scouts» o exploradores con uniforme similar a los de los «americanos» del oeste que estaban entonces muy en boga. Como arma llevábamos una vara de fresno con el extremo puntiagudo metálico para efectuar saltos, y yo llegué a dirigir una de aquellas compañías o patrullas cuyo símbolo era una golondrina. Estos símbolos eran unos gallardetes triangulares que llevaba el guía adherido al extremo de la vara. Con estas patrullas llegamos a efectuar excursiones a casi todos los pueblos de los alrededores, incluso llegamos a ir a Petrel, que está a 25 kilómetros de distancia.
No he hecho nunca «novillos», salvo una sola vez en Cartagena. Mi padre, que no me pegó nunca, me castigó a pasarme el resto de aquel día en la cama, castigo bastante duro para un chiquillo.
Los estudios primarios los inicié en Villena a los cinco años, en el colegio de D. José Gómez Ros, instalado al principio en el Paseo de Chapí en la casa que luego ocupó el Hotel Alcoyano. Se trasladó después al Cantón, a la casa que hoy ocupa el bar llamado «El Túnel». Después pasó a otra casa en la calle de Joaquín M.ª López. Y de allí pasó por último a la Plaza de las Malvas, a la esquina que hoy ocupa la oficina de Correos.
De D. José Gómez aprendí muchas cosas. Y recuerdo que tenía verdadera predilección por los números concretos. Casi siempre me sacaba a la pizarra, para resolver problemas de aquel tipo. En uno de los cursos hubo una visita de inspección y el inspector, entre otros, me preguntó a mí los nombres de las islas españolas del Golfo de Guinea y le respondí correctamente. Por esa respuesta me regalaron un libro que conservo con mucho cariño: una «Historia de Grecia», de esas que editaba la casa Dalmau. Más adelante pasé a la escuela de D. José Chanzá, que estuvo situada en Entre Fuentes: entre la fuente de los Chorros y la de los Burros. Fuente de la que extraíamos el agua para regar la escuela. La regábamos con una regadera especial, metálica y con un asa porque el piso era de yeso, estaba todavía sin pavimentar. D. José Chanzá tenía siempre la escuela abierta para los alumnos; a él le debemos la afición: salía con nosotros al campo y muchas veces se le veía en los cines, en la entrada general, rodeado de alumnos. A él le debo, entre otras cosas, mi afición a la poesía, que recitaba de modo magistral. De allí pasé, por poco tiempo, a otra escuela ya más avanzada: la escuela de D. José Serra, que estaba situada en la calle Baja, en la misma casa que hoy ocupa el pintor Pedro Marco. D. José Serra fue el promotor de la Fiesta del Árbol para la que compuso un himno; además de componer otro a Ruperto Chapí.
Las vicisitudes familiares hicieron que mi abuela materna, Bienvenida, viajara frecuentemente a Alicante a pasar temporadas a casa de su hija, mi tía María, que estaba casada y tenía dos hijos. Yo acompañaba a mi abuela en algunos de aquellos desplazamientos, en la calle Bazán, n.º 35. Por cierto, que en este domicilio me partí una ceja al hacer ejercicios gimnásticos en el arco de la entrada. Viví también en la calle Labradores, de donde guardo otro recuerdo: la caída de mi prima Maruja, hija de mi tía María, que se cayó desde el quinto piso por el hueco de la escalera y no sufrió ningún daño grave. En la calle Altamira, donde vivimos una temporada, guardo también gratos recuerdos. Las estancias en Alicante no eran muy largas, y no era un gran problema mi escolarización. Cuando yo tenía nueve años, mi familia se trasladó a Cartagena, porque mi padre había formado allí una agencia de seguros. Naturalmente una de las primeras funciones que hubo que hacer al llegar fue buscarme acomodo en algún colegio, que se encontró, si no recuerdo mal, en un barrio bajo del castillo. Y recuerdo una pequeña anécdota de aquel colegio. En cierta ocasión fueron mis padres a buscarme y preguntaron por el alumno José Soler García; salió una señorita y les preguntó: «¿Es el primer actor?». Mis padres se quedaron un poco desconcertados porque no sabían que, efectivamente, yo estaba desempeñando el primer papel en una comedia que se estaba representando en el colegio.
Uno de aquellos desplazamientos fue verdaderamente importante en la historia de mi vida. Mi abuela Bienvenida se marchó a Madrid, a pasar una larga temporada con sus hijos, Ricardo -que era entonces director de las Escuelas Aguirre de Madrid-, y Jesús, que era oficial de Telégrafos. La primera operación fue la de encontrarme una escuela adecuada, y se encontró en una escuela de religiosos, no recuerdo de qué orden, que estaba instalada en los «bulevares» de Madrid. Muy pocos recuerdos tengo de aquella escuela. Sí que teníamos que aprender de memoria el catecismo, no sé si era del padre Ripalda del que nos habían entregado un ejemplar a cada uno. Y teníamos que recitarlo letra por letra. Por ejemplo, empezaba diciendo:
Pregunta: «Decid niños, ¿cómo os llamáis?».
Respuesta: «Pedro, Juan, Antonio, etc....».
Y así lo teníamos que decir; no nos enseñaron que era para que dijéramos cada cual su nombre, y así lo repetíamos.
De aquel colegio recuerdo además que allí tomé la Primera Comunión, con un traje oscuro de pantalón corto y cuello vuelto de plástico con una chalina; en el brazo izquierdo llevaba prendido un gran lazo con tiras alargadas. Pues con este atuendo me uní a los chiquillos del barrio, y nos dedicamos a recoger aleluyas y caramelos que tiraban desde un vehículo de no sé qué entidad.
Recuerdo también de aquel colegio una iglesia alargada con vidrieras de colores y la emoción que me producía el sonido del órgano.
El ambiente musical en mi casa era extraordinario. Mi madre tocaba el piano; mi tía María era una magnífica pianista; una hermana de mi padre fue una gran soprano, alabada por músicos como Ruperto Chapí, o el guitarrista Tárrega, que en Villena pasaba muchas temporadas -tenía muy buenas amistades aquí-; y un hermano de mi madre tocaba el violín, otro la viola, otro la flauta, y aparte el piano que tocaban mi tía y mi madre. Sabedor de mis aficiones musicales mi padre, en uno de sus numerosos viajes, me trajo una cítara. Fue para mí un maravilloso regalo. Yo me entretenía en sacarle a la cítara las melodías de las lecciones del método de Eslava que estaba estudiando ya con mi madre. Ella me cantaba las lecciones y yo me las aprendía y las repetía después, pero sin saber una palabra de solfeo, ésa es la verdad. Después comencé a estudiar solfeo con el maestro Bravo, y pasaba lo mismo: iba a las clases, después que mi madre me cantara las lecciones y así me enseñé la primera y la segunda parte del método de Eslava sin saber solfeo. Pero no solamente me interesaba el solfeo, que luego logré aprender prescindiendo del método de Eslava, buscando tres o cuatro métodos distintos para desentrañar los secretos del solfeo, además me interesó también el estudio de armonía. No había entonces personas idóneas para este menester y acudí a una escuela francesa de París «L'École Universelle», que daba lecciones de armonía por correspondencia. Me matriculé y tenía aquel estudio para mí una doble ventaja: primero porque estudiaba armonía, y luego porque como los textos eran para alumnos franceses, estaban redactados en francés y las lecciones había que escribirlas en esta lengua, lo que me servía para que al mismo tiempo que me corregían las lecciones de armonía, me corrigieran los ejercicios de francés.
Prosiguiendo en este tema de la música, pronto me pusieron también a estudiar el flautín, con un músico entrañable, Cirilo Azorín. Aprendí el flautín y los primeros pantalones largos que he llevado yo en mi vida, los estrené con el uniforme de la Banda Municipal con la que salí en la Entrada del año 1917, tocando el flautín.
Pasó algún tiempo. Yo había cumplido ya los quince años cuando mis tíos se enteraron que se habían convocado unas oposiciones al cuerpo de Correos, y creyeron oportuno y conveniente que yo me presentara. Me facilitaron toda clase de materiales y yo me puse a estudiar con gran ahínco porque eran difíciles, hasta el punto de que se hicieron famosas por sus durezas. En ABC salió una vez un artículo en el que el autor decía que se comprometía a suspender a todos los miembros del tribunal de las oposiciones a Correos. En aquellas oposiciones nos presentamos 9.000 para 800 plazas, y ponían ejercicios como éstos: «El criado se fue a pescar con el amo». Tanto si se ponía amo sin hache, como con ella te suspendían. Había que explicar que si «amo» significa «dueño» es sin hache; y si «amo» es anzuelo es con hache. En otra ocasión: «Trae los baúles de la estación y deshebilla las maletas», se trataba del verbo deshebillar, no de la capital andaluza. Había que adivinar la dualidad cuando pusieron: «En Toledo hubo una batalla nabal», porque se trataba en realidad de una batalla con nabos. Y cosas por el estilo.
Aprobé las oposiciones el 15 de febrero de 1917, y vine a Alicante a tomar posesión en la administración principal. Mi sorpresa fue grande cuando vi que ya la había tomado uno de mi propio nombre y apellidos, José Soler García. Uno de los dos estábamos destinados a Bilbao, y el otro a Alicante. No sé cuál de los dos, la cuestión es que los dos nos quedamos en Alicante por aquella circunstancia. Y yo desde entonces comencé a utilizar el nombre de José María, que era el mío pero que no había usado nunca.
Desde Alicante fui trasladado a Madrid, y aquí comenzó una nueva etapa de mi vida. Obtuve un destino que me dejaba mucho tiempo libre, que yo aprovechaba como siempre, en estudiar, en leer; me era de mucha utilidad todavía la biblioteca de mi tío Ricardo, en asistir a conciertos, en visitar museos, porque ya había leído los manuales de Prehistoria, y me interesaba contemplar directamente las piezas de sílex de que me hablaban los manuales. Otra de mis distracciones favoritas por aquellos años era el baile, era muy aficionado a bailar. Era la época del charlestón, el fox trot, y el tango argentino, en el que llegué a especializarme, y hasta llegué a obtener premios de tango en algunos concursos en Madrid, y después en Villena.
En 1925 se produce un hecho trascendental en la historia de mi vida: el traslado desde Madrid a la oficina de Villena. Se truncaron muchos de mis planes de entonces; tuve que renunciar al estudio del bachiller porque la situación económica de mi padre no era muy buena para mantener unos estudios de esa naturaleza. Pero tuve sin embargo muchas otras ventajas. Yo alcancé unos destinos en Villena que sobre todo me dejaban muchísimo tiempo libre: tenía que viajar llevando el correo hasta Cieza -en la provincia de Murcia- y hasta Muro del Alcoy -en la provincia de Alicante-. Pero era cuestión de un par de horas de viaje y todo el día libre. Desde entonces tenía la costumbre de leer un libro cada día; me lo permitía el sueldo que yo disfrutaba y las dietas que me proporcionaban esos viajes. Además, por ejemplo en Cieza, que estaba casi todo el día, aprovechaba la circunstancia para entrar en el casino y leer en la magnífica biblioteca que allí había. Tenía dos días de viaje y uno de descanso, y entonces siguiendo mi antigua idea de que no era concebible que en Villena no hubiera yacimientos arqueológicos, me puse a buscarlos, con ayuda de mis ayudantes, Pedro y Juan Sánchez Sansano, Miguel Flor y algunos otros. Aquellos trabajos dieron buenos frutos. Había salido en los periódicos locales que había pasado por aquí el gran paleontólogo y arqueólogo Juan Vilanova y Piera, y había visitado el Cabezo Redondo, encontrando allí un importante yacimiento.
Pronto encontramos la que era conocida como «Cueva del Cochino», llamada así porque probablemente se guareció allí un jabalí. Era un yacimiento del Paleolítico Medio, cultura Musteriense, de los pocos que habían de esa época en toda la Comunidad Valenciana. Ya vemos que el poblamiento del término de Villena se remonta hasta la fecha de 50.000 años. Unos cazadores de caza mayor, y que abandonaron probablemente el lugar al producirse las tremendas heladas de la última glaciación. Pero no terminaba ahí la cosa, porque en otra sierra más al sur, justamente encima del boquete que conduce al valle de Elda y al Mediterráneo, había otra hermosa cueva: la Cueva Grande de la Huesa Tacaña. Ésta estuvo ocupada por los hombres del Paleolítico Superior, del período Magdaleniense. Cazadores de caza menor, con un instrumental muy distinto al que aparecía en la Cueva del Cochino, y muy característico. Había una espléndida serie de buriles y de hojas de dorso rebajado, perforadores, etc. Y se dio la circunstancia de que después de esos cazadores del Paleolítico Superior, se presentó por aquellos parajes otro grupo del período llamado Mesolítico, esa transición que hay como si dijéramos en la Edad Media de la Prehistoria, entre el Paleolítico y la Edad de los Metales. Un pequeño grupo llegó por aquellos parajes, vio la cueva grande y no se quisieron meter, probablemente les dio miedo, porque a mí también durante las excavaciones me habían caído piedras del techo. Aquel grupo ocupó una covacha pequeña que había al lado de la Cueva Grande, y ya hemos visto en algún texto comentar el caso de Villena, de dos culturas sucesivas a tres metros, la una de la otra, que no se han mezclado. Porque si se mezclan la confusión hubiera sido tremenda porque en la cueva pequeña hay microlitos geométricos; si se llegan a mezclar hubiéramos pensado que los microlitos iban con los buriles, con las hojas de dorso, de la Cueva Grande, y no iban. Y pronto tuvimos una comprobación magnífica: en unas viñas casualmente, al tomar perspectivas para unas fotos del Cabezo del Padre que tenía yacimiento, nos metimos en una viña y cual no sería nuestra sorpresa cuando, al mirar al suelo, tuvimos que agacharnos para recoger más de doscientas piezas de sílex de extraordinaria calidad. No era allí solo: toda la viña estaba cubierta de materiales de aquella época. Siempre se había creído, hasta que nosotros encontramos este yacimiento, que el Neolítico antiguo era cosa de cuevas: Cultura de las Cuevas se le llegó a llamar. Y una de sus piezas características era una cerámica neolítica adornada con los dientes de una concha, el «cardium», que por esta razón se les llama cerámicas cardiales. Parecía ser que esas cerámicas cardiales eran características de las cuevas, eso se creía. Pero después tuvimos nosotros la oportunidad de comprobar que en dieciocho o veinte cuevas que habíamos explorado, en ninguna de ellas había salido un solo trozo de cerámica cardial; sin embargo hay una excepción: hay una cueva, ya en término de Yecla -la cueva del Cabezo de los Secos-, en la que salió un pequeño fragmento de esta cerámica; en las demás, en ninguna. Y se da otro caso. En el límite con el término de Yecla hay otra cueva; el mojón de término se encuentra precisamente encima de la boca, y se da la circunstancia de que si se cortara por ahí, la boca pertenecería al término de Yecla y el resto de la cueva al de Villena. Esta cueva, que pudimos excavar con todo cuidado, nos ha dado una sucesión de niveles mesolítico, neolítico, eneolítico, medieval y moderno; no han pasado por allí ni los iberos ni los romanos. Pero la etapa prehistórica es clara y determinante: el nivel inferior no tiene más que sílex similar al de la Cueva Pequeña de la Huesa Tacaña -microlitos geométricos, piezas de dorso, etc.-; otro segundo nivel encima, con esos mismos sílex y además unos tiestos de cerámica, algunos adornados con líneas incisas, ninguno cardial; y en el tercer nivel, el mismo sílex de los dos inferiores y además dos punzones de cobre, y se da otra circunstancia. Ese tercer nivel estaba enlosado; encima de una losa apareció un punzón de cobre -de los dos que salieron-, y al levantar la losa, el mango estaba debajo de ella. Podemos determinar muy bien que el enlosado lo hicieron los del Eneolítico, del nivel tercero de la cueva. Ni un tiesto de cerámica cardial y ni un solo enterramiento, frecuentes en otras cuevas de Villena; en la Cueva del Lagrimal no los hay.
El hecho de aparecer la Casa de Lara en llano, con todos los materiales propios del Mesolítico, del Neolítico y del Eneolítico, es un acontecimiento extraordinario, porque es un yacimiento cuyos usuarios han permanecido allí durante 8.000 años, en un proceso de aculturación, sin moverse de aquellos parajes. Esto fue un trastorno, y no hay más que recordar lo que dijeron los profesores de entonces, Tarradell, Llobregat, Jordá, con respecto a la Casa de Lara. Uno de los prehistoriadores llegó a pensar que los microlitos geométricos habían llegado allí por transporte eólico. Era una cosa rara pero allí estaba y era evidente. Nosotros al publicarla tuvimos cuidado en señalar que lo que pasaba era que no nos habíamos preocupado de los llanos. Yo mismo he buscado en los montes, en las cuevas, pero nunca se me había ocurrido buscar en las tierras bajas, principalmente porque eran de particulares y generalmente estaban cultivadas. Dije eso que no sería exclusivo de Villena, que habrían muchos más yacimientos de ese tipo, y efectivamente, yo pude comprobarlo en el mismo término de Villena: el Arenal de la Virgen, por ejemplo, cerca de la Antigua Laguna, o yacimientos de llanura, como el Pinar de Tarruella, con un magnífico sílex; otro yacimiento extraordinario, La Macolla, en la parte más baja de la comarca, que ha sido atravesado por la Acequia del Rey, al desaguar la Laguna de Villena. Además ya sabiendo eso, nuestro problema era explorar todas las llanuras del término, y nos dimos cuenta que había más de 50 yacimientos en llano con sílex superficial. Teníamos razón al pensar que en una comarca como Villena no podían faltar los yacimientos prehistóricos, y efectivamente no faltaban, porque no termina ahí la cuestión; después de aquellos yacimientos de llanura llega una época en la que los pobladores se enriscan de nuevo, se suben al monte, y así tenemos unos yacimientos de transición hacia la Edad del Bronce o de la propia Edad del Bronce, como el Puntal de los Carniceros, o el Peñón de la Zorra, con fortificaciones de piedra y material de transición hacia la Edad del Bronce. Y qué decir de la Edad de Bronce: todo el mundo está de acuerdo hoy en que el Cabezo Redondo es la capital de este período de todo el Vinalopó. Es una gran ciudad que, según el profesor Mauro Hernández, de ahora en adelante, la Edad del Bronce habrá de estudiarse desde Villena y el Vinalopó. Pero es que sin salir del término de Villena hay veinte poblados de esa edad en distintos cerros alrededor del Cabezo Redondo. Cuando se excave como se está haciendo el Cabezo Redondo, con toda minuciosidad, y se excaven también, éste es nuestro deseo, esos veinte poblados podremos matizar ese período tan importante en la Prehistoria peninsular.
No termina ahí la cuestión; nuestras exploraciones nos hicieron ver un gran yacimiento ibérico en el Puntal de Salinas; ya no está en el término de Villena, sino más allá, en el de Salinas. Otro yacimiento ibérico también en llano, en la parte baja, en la partida denominada El Zaricejo donde salió esa cabeza de leona que tenemos en el museo, escultura ibérica muy arrasada. Y la Sierra de San Cristóbal, situada a la espalda de la población a la que yo llamo la «Sierra Madre de los villenenses», porque allí han estado todas las culturas: cuevas de enterramiento eneolíticas, cuevas de la Edad del Bronce, un yacimiento ibérico con unos magníficos aljibes cavados en la roca similares o quizá superiores a los aljibes de Meca, en Ayora (Valencia). Ese poblado ibérico fue destruido por los romanos. Y ya en el siglo X-XI se edificó allí el castillo medieval más antiguo de toda la región; cuando no existía ningún castillo en Bañeres, Biar, Villena, Sax, Novelda... ya estaba el castillo de Salvatierra en lo alto de esa Sierra.
Las villas romanas no sólo están en Salvatierra, también en el llano hay cuatro villas romanas: Candela (Cañada), La Torre (Sax), Casas Juntas y Nazario (Villena).
En cuanto a fortalezas medievales, después del castillo de Salvatierra, que ha convivido con el de La Atalaya que se hizo en los siglos XII-XIII, llegando a tener alcaides separados, tenemos además otro castillo situado en la Sierra del Castellar, que los villenenses de 1575 decían que era muy antiguo. Y todavía había otro castillo en unas villas, en el término de Caudete: el castillo de Bogarra, que nosotros los de Villena le vendimos a los caudetanos en el siglo XIII.
En cuanto a lo medieval, aparte de los niveles superiores de la Cueva del Lagrimal, tenemos también hasta una estratigrafía horizontal: en Salvatierra, que es el más antiguo, se dan exclusivamente las cerámicas de los siglos XI, XII y XIII que llegan hasta principios del siglo XIV. Luego hay una etapa en que conviven los materiales de los dos castillos; son las etapas intermedias; y luego, a principios del siglo XIV desaparecen las cerámicas de Salvatierra. Está claro, pues, que sin salir del Museo de Villena se puede seguir la evolución de la cerámica, desde su nacimiento en el Neolítico antiguo de Lara y el Arenal, hasta las cerámicas verdemoradas de Paterna y las de reflejo metálico de Manises, y hasta unas cerámicas cuyos dibujos podrían confundirse con los que hacen artistas modernos como Miró.
Esto es lo que han dado de sí nuestras exploraciones arqueológicas en el término de Villena.
Exploraciones, todo hay que decirlo, que tuvimos que suspender al movilizar mi quinta en 1938, como consecuencia de la Guerra Civil. Como oficial de Correos que era, fui destinado a llevar el correo al ejército de Extremadura, desde Valencia hasta Almadén, viaje que hacíamos en autobús. Después de este viaje, hice el de Valencia a Alcázar, por las mismas circunstancias. Después me destinaron a la Base Turia como jefe de la Sala de Dirección, donde se distribuía la correspondencia para los distintos frentes. Este edificio estaba ubicado en el Convento de La Trinidad, al otro lado del río, convento que estuvo dirigido en el siglo XV por sor Isabel de Villena, las vueltas que da el mundo. Después fui destinado a la estafeta de campaña de la 15 División, en el mismo frente de Estivella (Valencia). El pueblo estaba cerca y la estafeta, situada en el campo, se encontraba rodeada de bastantes casas de campo, algunas todavía habitadas, al igual que algunas casas del pueblo. Yo me enteré de que en una de aquellas fincas habitaba una mujer de edad, que guardaba en el sótano de la casa un piano. Me acerqué a la casa, le expliqué quién era y amablemente le pedí a la mujer si le importaba dejarme el piano, después de explicarle mi afición a la música y de asegurarle que no iba a incautarlo ni muchísimo menos. La mujer se convenció y me lo prestó. Pedí a mi casa llaves y cuerdas para afinarlo y aquello convirtió a la oficina en el centro de baile de aquellos alrededores. Todas las noches venía la gente de campo, esparcida por los alrededores, para bailar a la estafeta de Correos. Cuando terminó la guerra y hube de abandonar la estafeta para retroceder hasta Valencia, le devolví el piano a aquella mujer, agradeciéndoselo sinceramente. La mujer no daba crédito a lo que vio, en plena guerra un soldado republicano devolviendo un piano que le había prestado. Recuerdo también otra circunstancia: con el sargento jefe de cartería efectuábamos algunos paseos por la cercana carretera de Segorbe, a plena luz del día, y una de las veces oímos el silbido de una bala que seguramente nos habían dirigido; no pasó de ahí la cosa. Otro día en uno de aquellos bancales me encontré la vaina de una bala de cañón: un cilindro con una base redonda. Me lo llevé a la oficina y lo tenía como florero encima del piano; no podía haber tenido mejor destino una bala de cañón.
Terminada la guerra con la derrota de las tropas republicanas, me dirigí a la administración principal de Valencia para hacer entrega de la escasa documentación de la estafeta del frente. Desde allí me dirigí a Villena, a la oficina de Correos, en donde el entonces administrador, Victoriano López, me entregó un oficio que reproducimos en parte en las siguientes líneas:
«¡Arriba España!:
El administrador principal por oficio n.º 1402 de 21 del actual me dice lo que sigue: en el Boletín Oficial del Estado n.º 323 del 19 del actual se inserta una orden del Ministerio de la Gobernación de fecha 4 de los corrientes que dice: Ilmo. Sr.: vistos los expedientes instruidos a los funcionarios de Correos... Don José M.ª Soler García, oficial primero, y aceptando la propuesta de V. I. que hace suya la del Juez Especial de esa Dirección General. Este Ministerio acuerda separarles del servicio como comprendidos en el apartado d) del artículo 9.º de la ley de 10 de febrero último y que dichos funcionarios sean dados de baja en el escalafón de los de su clase... Villena, 23 de noviembre de 1939».
Así fui expulsado del cuerpo al que había pertenecido desde el año 1922.
Como muchos de los que por movilizaciones voluntarias o forzosas que estábamos en los diferentes frentes de la contienda, tuvimos que someternos a la represión de los vencedores, que tenían su cuartel general en la que fue mansión de la familia Amorós en el Paseo de Chapí. Y tras una breve estancia allí, algunos fueron trasladados a los calabozos del Ayuntamiento, también derribado en su mayoría, y otros al sótano de una casa que tenía D.ª Filomena Candel, en la calle Joaquín M.ª López frente a la Corredera, que era la comisaría falangista de Villena. Estábamos unos treinta, y allí se hacían las declaraciones. Recuerdo que en una ocasión me llamó el jefe y me pidió una pistola, y al decirle que no tenía pistola ni la había tenido nunca, ordenó que me dieran veinte correazos, y no me los dieron porque, afortunadamente se asomó uno por allí que estaba en la habitación de al lado, y dijo: «éste es amigo mío», fue lo que me libró de la paliza. Otro de los componentes de aquella comisaría, para que según él me diera el aire, me puso a trabajar como albañil en uno de los cruces más céntricos de la población: la calle Joaquín M.ª López con la Corredera, a tapar un refugio antiaéreo que había estado en ese lugar.
No todo eran, como es natural, acciones de este tipo, había ratos de asueto. Y yo siguiendo mi inveterada costumbre musical, formé un coro con los componentes de la peña. Se trataba de la letra y música de un himno que se titulaba «Los Filomenos» y que en una de sus estrofas decía lo siguiente:
En «ca» doña Filomena
estamos treinta y aún caben más;
tenemos mucha comida
y pocas ganas de trabajar.
Si salimos, cuando salgamos,
que no saldremos parece ser,
Poveda tendrá una nena
que habrá crecido y será mujer.
Tendremos los «Filomenos»
que apadrinarla con interés
y habrá que casarla luego
con un «Chaparro», nuevo también.
Estribillo
La burra de la lechera
delante del burro va
y el burro le va diciendo
ja, ja, ja.
Una vez saturado el túnel de «los filomenos», se nos trasladó a unos grandes almacenes que había frente a la vía del ferrocarril de Madrid a Alicante, almacén que nosotros denominamos «Los Maiquez». Estaba situado en la entonces calle de Ricardo García Arce, mi abuelo materno, que fue sustituido después por el de Brigada Reyes. Eran unos grandes almacenes en ángulo, que daban a un patio en el que había duchas, almacén, un mostrador para recibir las entregas de los familiares, y era de ver la cantidad de soldados de la segunda bandera de Castilla que acudían allí todas las tardes, a la hora de comer, para hacerlo con las viandas que les enviaban sus familiares. Entonces, también como en tantas otras ocasiones, formé un numeroso coro que cantaba en el patio y al que yo dirigía desde lo alto de una pipa de vino. Cantábamos diversas canciones e indefectiblemente, el «Cara al Sol». Entonces ideé una pequeña eutrapelia. Preguntaba a los amigos en qué tesitura querían cantar en aquel momento y ellos me decían si en alto o en bajo; entonces no teníamos instrumentos musicales, y yo tenía que dar el tono a viva voz, y lo hacía en tesitura alta o baja según me habían aconsejado, y así cantábamos con lo que nos divertíamos muchos y nadie se enteraba. Guardaba un pésimo recuerdo de aquella segunda bandera de Castilla, hasta el punto de que nos sentimos aliviados y alegres cuando la sustituyó un batallón de regulares de África. Estábamos mucho más contentos con los moros de África que con los cristianos de la segunda bandera.
Después de un minucioso estudio realizado por las autoridades, se decretó el traslado de unos cuantos reclusos a la población de Monóvar. También hicimos unas estrofas relativas a este traslado que cantábamos con la música del himno de los Filomenos -anteriormente reproducida-, y que decía así:
En camiones, los «Filomenos»
abandonamos la población,
sin más bagaje que un alma grande
y la sonrisa de una canción.
Los familiares nos despedían
con sentimiento en el corazón,
y los amigos se descubrían
al paso raudo del camión.
Nos echaban tabaco al pasar
por las calles de nuestra ciudad,
y decían con honda emoción:
¿Volverán? ¿Volverán? ¿Volverán?
En la Plaza de Toros de Monóvar fuimos alojados en los palcos que estaban separados del ruedo por una telas, y a los dos o tres días de estancia allí pudimos observar, desde uno de esos palcos, a un preso que se había ahorcado de uno de los hierros que sirven para colocar las cuerdas en los callejones. Desde los palcos fuimos trasladados al anillo interior del ruedo que estaba enfrente de los tendidos. A mí me cupo la suerte que me tocara la almohada de mi jergón encima de una ratonera. Una vez allí pudimos ver un espectáculo que nos tuvo bastante atemorizados: una vez sacaron un grupo de oficiales y soldados a uno de los presos a que pasara por delante de las tres filas con que nos habían formado en el ruedo de la plaza. Pasó delante de las tres filas el muchacho aquel y lo entraron. Al rato volvió a salir con las señales de la tremenda paliza que le habían pegado, volvieron a pasarlo por delante de todas las filas, se lo volvieron a entrar y lo volvieron a sacar con las señales de la nueva paliza. Tercera salida y entonces ya aquel preso fue señalando a alguno de los compañeros. Se trataba de un intento de fuga, parece ser, en el que iban a tomar parte, por cierto, algunos de Villena.
Por fin se organizó el traslado desde la Plaza de Toros, hasta unos almacenes que habían sido destinados como campo de concentración para algunos pueblos de la provincia. Y nunca olvidaremos aquella procesión en fila india por las calles del pueblo, cada uno con sus artículos personales encima, incluso el colchón, y a través de unas calles con sus puertas y ventanas cerradas a cal y canto. La estancia en aquellos almacenes fue bastante normal, comparada con todo lo que habíamos sufrido antes. También formé un coro numeroso, que venían a escuchar las autoridades civiles y militares durante las misas de los días festivos.
Desde aquel campo de concentración me trasladaron a Alicante, a la Prisión Provincial, en donde estuve poco tiempo, alojado en una celda con catorce compañeros. El 8 de mayo de 1940 fui juzgado por el Consejo de Guerra Permanente n.º 1 de Alicante, cuya sentencia dice así:
«... RESULTANDO: Probado y así se declara que el procesado JOSÉ MARÍA SOLER GARCÍA, de 34 años, oficial de Correos, natural y vecino de Villena, afiliado al Partido Radical Socialista y al de Izquierda Republicana con anterioridad al Glorioso Movimiento, si bien de buena conducta al ingreso forzoso en filas rojas, llegando por su condición de oficial de Correos a capitán de Transmisiones y prestando servicio en la estafeta de Correos de campaña en la 15 División.
CONSIDERANDO: que los hechos que se mencionan en el anterior resultando son constitutivos de un delito de AUXILIO A LA REBELIÓN... mas teniendo en cuenta la falta de peligrosidad con determinante de la falta de intención a que se refieren las circunstancias 4 del art. 9º del Código Penal, que es de apreciar como muy calificada, procede imponerle la pena, rebajar la señalada al delito cometido arregladamente a lo preceptuado en el párrafo 5º del 67 de igual cuerpo legal a la pena de UN AÑO DE PRISIÓN MENOR.
FALLAMOS: que debemos condenar y condenamos al procesado JOSÉ MARÍA SOLER GARCÍA, como autor de un delito de AUXILIO A LA REBELIÓN, con la atenuante apreciada muy calificada, recogida a la pena de UN AÑO DE PRISIÓN MENOR, siéndole de abono el total de la prisión preventiva sufrida... Así por esta nuestra sentencia lo pronunciamos y firmamos.-Conrado Cuinard Llaurado.-Juan Jiménez.-José Sempera Palacios, y dos firmas ilegibles...».
Una vez en Villena tuve que dedicarme fundamentalmente a la tarea de ganarme la vida, para lo que recibí una gran ayuda de mi amigo Ramón Campos, que había sido compañero de prisión y que tenía una bodega en la calle de la Virgen, que luego se trasladó a la Bodega Nueva, ya pasada la vía. La práctica contable en este menester hizo que me trasladara luego a la bodega de José Hernández Menor, en la calle Zarralamala y posteriormente a la bodega de Hijos de Luis García Poveda, frente a la estación del ferrocarril. Pero la industria del calzado estaba entonces boyante en la población, y ya con aquellas experiencias contables pasé como jefe de oficina, a la fábrica de zapatos de Antonio García Navarro, situada en el paso a nivel, frente al ferrocarril, cuyo despacho se incendió y tuve que luchar lo mío con la compañía de seguros para sacarle lo más posible de aquel desgraciado accidente. Luego pasé a otra importante fábrica, la de «Calzados Areli», de Francisco Fernández Barranco; después trabajé en la fábrica de calzados «Hijos de Joaquín Navarro», y de allí a la de «Calzados Nilo» de Joaquín Hernández, en la que permanecí hasta que, en virtud de las nuevas disposiciones ministeriales, pude solicitar el reingreso en el cuerpo de Correos, que me fue concedido el 1 de enero de 1971, para obtener la jubilación otorgada el 31 de mayo de 1971.
Todas estas actividades se compaginaban con multitud de clases, que yo impartía en mi domicilio particular: gramática, aritmética, contabilidad, francés, geografía, solfeo, armonía y hasta piano, y se formó una academia llamada «Academia de las Virtudes» por varios profesionales dirigidos por D. José García Vivo, y me contrataron para que explicara la asignatura de historia. Pero nada de ello hizo variar mi vocación fundamental que era el estudio de la Historia y de la Prehistoria.
Mi talante político ha sido siempre liberal, añeja historia de bisabuelos, abuelos, tíos, padre... No me ha atraído, sin embargo, la política activa. En 1923 se produjo el golpe de Estado del general Primo de Rivera. No nos gustó a muchos de nosotros que el rey lo apoyara, y en consecuencia nos hicimos republicanos. Yo me adherí entonces al grupo de «Al Servicio de la República» que había formado en Madrid Ortega y Gasset en compañía de Marañón y de Pérez de Ayala.
Con Juan José Pérez Domenech, poeta ultraísta que llegó a ser secretario del Ateneo de Madrid, fundé en Villena el periódico titulado Avance, de carácter republicano. Pero lo abandoné enseguida porque Juan José publicó un artículo criticando a los venerables republicanos de entonces: D. Antonio Marín y D. Rafael Bonastre.
Vino después la República, y al primer alcalde republicano que se llamaba José Cañizares, por cuestiones políticas le sustituyó mi padre, José María Soler Domenech, que era del Partido Radical de Lerroux, y que duró en la alcaldía poco más de un año.
De extraordinaria importancia fue para mí aquel año de estancia de mi padre en la alcaldía, porque me permitió hurgar a mi placer en los Archivos Municipal y Notarial, proporcionándome materiales para los libros y artículos que he publicado después. Intensos estudios paleográficos me permitieron transcribir muchos de aquellos documentos, que me sirvieron para redactar un pequeño trabajo que titulé «Síntesis biográfica de los hijos más notables de Villena», y que fue premiado en los Juegos Florales convocados por el Ayuntamiento de Villena en 1948. Este libro continúa inédito en la actualidad.
La Comisión Provincial de Monumentos de Alicante convocó un concurso al que presenté mi «Bibliografía de Villena y su partido judicial», obra que obtuvo el Premio Extraordinario, siendo publicada en edición numerada de 500 ejemplares en 1958.
Pude dedicarme después al estudio de la «Relación de Villena de 1575». Se trata de una encuesta publicada por Felipe II y dirigida a todos los pueblos de España; unos contestaron y otros no. Los de Villena sí lo hicieron y yo he podido publicar el texto de la encuesta, las respuestas de los villenenses, una nota aclaratoria a cada una de estas respuestas y, por último, una colección de 172 documentos, en su mayor parte inéditos. Hemos tenido la satisfacción de ver recomendada esta historia, a los estudiantes de Historia, en varias universidades.
Al mismo tiempo había que ir dando a conocer el resultado de las excavaciones arqueológicas realizadas desde tiempo atrás, y en 1956 publicamos «El yacimiento paleolítico de la Cueva del Cochino». Y poco después, en 1963 se produce un hecho prehistórico de importancia mundial: el descubrimiento de los famosos «Tesoros de Villena». Estábamos realizando excavaciones en el Cabezo Redondo, empezadas mucho tiempo atrás y nos enteramos de que iban a abrir una nueva cantera de las muchas que habían estado destrozando el yacimiento desde el siglo pasado. Decidimos hacer una cata de urgencia en el sitio donde iba a ser realizada esta cantera, y estando en esta labor, a los canteros del yeso que estaban en la ladera opuesta, les surgió un maravilloso conjunto de joyas de oro al que ahora llamamos el «Tesorillo del Cabezo Redondo» en comparación con los del gran tesoro. Se repartieron aquel tesorillo como botín, y uno de los canteros vendió un par de brazaletes a un joyero de la localidad. Nos enteramos y se pudieron recuperar todas aquellas joyas: las que tenían el joyero, los canteros y el capataz. Y al poco tiempo nos llamó el joyero Miguel Esquembre que había comprado aquellos dos brazaletes, para comunicarnos que le habían llevado un magnífico brazalete de oro de medio kilo de peso y de 23'5 kilates de pureza. Indagando la procedencia de aquellas arenas nos dijeron que se trataba una rambla, la «Rambla del Panadero», que estaba al pie de la Sierra del Morrón. Permanecimos todo el día moviendo arena, y cuando ya estaba oscureciendo surgió una vasija ovoide que contenía uno de los más fabulosos tesoros aparecidos en el suelo de España a lo largo de su Historia. Me acompañaban como ayudantes, Enrique y Pedro Domenech Albero, y los hijos de ambos a quienes enviamos en busca de refuerzos técnicos a la población. Reproducimos aquí unas frases de la «Memoria sobre el Tesoro de Villena», publicada por la Dirección General de Bellas Artes en 1965: «... Nunca podremos olvidar aquella espera dramática en el anochecer del día 1 de diciembre de 1963, ocultos en el fondo de una rambla perdida en el hosco paraje del término villenense y a la luz de unas hogueras que hacía brillar, con destellos intermitentes, el oro de unos objetos que habían permanecido ocultos a las miradas humanas durante miles de años.»
Eran aproximadamente las siete de la tarde cuando alcanzaban la rambla el automóvil de D. Alfonso Arenas y el taxi conducido por Martín Martínez Pastor; con ellos también llegó nuestro buen amigo Miguel Flor Amat, a quien se le debe los únicos documentos fotográficos del hallazgo «in situ».
Pero los resultados de los trabajos llevados a cabo en diversas materias había que darlos a conocer, y en 1976 publicamos un volumen que llevaba por título «Villena. Prehistoria, Historia y Monumentos».
Y aquí surge una nueva complicación: el edificio del Ayuntamiento fue construido por Pedro de Medina en el siglo XVI para mansión de los beneficiados magistrales del templo de Santiago, a fin de que quienes desempeñaran el cargo de maestro de capilla, maestro de lógica y maestro de gramática, tuvieran lugares dignos para ejercer su profesión. Y otra complicación más: había encontrado la escritura de compraventa del Ayuntamiento, que está firmada por todo el cabildo seglar y todo el cabildo eclesiástico, y fue grande mi sorpresa cuando, entre las firmas de este último, me encuentro la de Ambrosio Cotes. Por los estatutos de la iglesia sabemos que todos los beneficiados magistrales tenían que ser naturales de esta ciudad, y por nuestros conocimientos musicales sabíamos que el maestro Ambrosio Cotes había desempeñado el cargo de maestro en la Capilla Real de Granada. Nos desplazamos a aquella población, indagamos en los archivos y pronto encontramos un documento en cuya portada se leía: «Expediente de limpieza de sangre del maestro Ambrosio Cotes, natural y vecino de la ciudad de Villena»; con eso quedaba perfectamente clara la naturaleza villenense del compositor.
Nos enteramos también de que a Cotes se le había instruido un voluminoso expediente en la Capilla Real de Granada, entre otras muchas cosas por sus relaciones con una señorita de la localidad. El expediente se conservaba en un grueso volumen en el Archivo de Simancas. Pudimos estudiarlo a nuestro placer, lo que nos ha permitido trazar la biografía en un volumen titulado «El polifonista villenense Ambrosio Cotes», editado por la Diputación Provincial de Alicante en 1979, y que hoy figura incorporado a todas las enciclopedias musicales.
No termina ahí nuestra afición por la música que podríamos llamar «culta». Nos ha interesado, y mucho, el estudio de esas fórmulas rítmicas y canciones que cantan los niños en sus juegos, o las personas mayores en sus diversiones, que nos han permitido redactar un libro titulado «Cancionero popular villenense», editado por el Instituto de Estudios Juan Gil-Albert de la Diputación de Alicante, y la Caja de Ahorros de Alicante y Murcia. Consta el libro de 254 fórmulas y canciones y 2.407 coplas literarias.
En 1981 se publicó el libro que lleva por título «El Eneolítico en Villena», editado por el Departamento de Historia Antigua de la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad de Valencia, en el que se recogen todos los datos referentes a esta importante época prehistórica en los anales de la población. Agradezco muy cordialmente al profesor y arqueólogo José Aparicio Pérez el que el libro se editara en «homenaje al autor».
Todo ello demoró, pero no olvidó, la publicación de las numerosas excavaciones llevadas a cabo en el importantísimo yacimiento del Cabezo Redondo en 1987 por el Ayuntamiento de Villena, en colaboración con el Instituto de Estudios Juan Gil-Albert.
Siempre nos han interesado las fiestas de carácter popular, y muy especialmente la de moros y cristianos que se celebran en la población, del cinco al nueve de septiembre en honor de su patrona, la Virgen de las Virtudes. Pertenecimos a una de esas comparsas, la de los Estudiantes, desde el año 1925 hasta la Guerra Civil; y compusimos la letra y la música de un himno para otra de las comparsas, la de los Piratas, que luego fue ampliado con una nueva estrofa musical e instrumentado para banda por el compositor villenense Luis Hernández.
En 1948 el Ayuntamiento editó un pequeño libro de largo título «Crónica de los Extraordinarios Festejos Cívico-Religiosos que, con motivo del XXV aniversario de la Coronación Canónica de Nuestra Excelsa Patrona la Virgen María de las Virtudes, ha celebrado la Muy Noble, Muy Leal y Fidelísima ciudad de Villena, durante los días del 5 al 10 de Septiembre».
Y más tarde, en 1979 la Caja de Ahorros Provincial de Alicante editó dos volúmenes con la crónica del Primer Congreso Nacional de Moros y Cristianos, al que concurrieron casi todas las poblaciones que celebran las fiestas en nuestra nación.
En 1992 ha salido a la luz «La Cueva del Lagrimal», publicada por la Caja de Ahorros Provincial de Alicante.
Hemos hablado ya del «Cancionero popular villenense», pero no podemos omitir que durante más de cuarenta años, además de canciones, fórmulas y coplas, hemos venido recopilando palabras, dichos, frases, proverbios y refranes del característico lenguaje popular, lo que nos ha servido para redactar nuestro «Diccionario villenero», que consta de 6.215 voces, un listado con 2.742 apodos y otro con 2.022 topónimos, estos últimos documentados cuando ha sido posible, con el siglo de su primera utilización.
Tras varios años de prospecciones y rebuscas por todo el ámbito comarcal, se había logrado acopiar una nutrida colección de materiales del más subido interés, y se hizo necesario exponer dignamente todos aquellos objetos si se quería que cumpliesen su verdadera misión educativa y cultural, y así fue como, a propuesta del entonces teniente de alcalde del Ayuntamiento de la ciudad, D. Alfonso Arenas García, se instaló un Museo en la planta baja del Palacio Municipal, que fue inaugurado solemnemente el 3 de noviembre de 1957, por el entonces inspector general jefe del Servicio Nacional de Excavaciones Arqueológicas, D. Julio Martínez Santa-Olalla, a quien acompañaban el presidente de la Diputación Provincial, D. Lamberto García Atance, el alcalde de la ciudad, D. Luis García Cervera, otras autoridades provinciales, y la Corporación Municipal en pleno.
Tras el descubrimiento en 1963 de los famosos tesoros áureos, una Orden Ministerial firmada por D. Manuel Lora Tamayo el 16 de febrero de 1967, y publicada en el Boletín Oficial del Estado, el 6 de marzo de aquel mismo año, autorizó la creación oficial del Museo, que había sido solicitada por el Ayuntamiento de la ciudad, en cumplimiento del acuerdo tomado por el Pleno de la Corporación Municipal en la sesión del 2 de agosto de 1966 a propuesta del citado teniente de alcalde, D. Alfonso Arenas. En el preámbulo de dicha Orden Ministerial se dice lo siguiente:
«La extraordinaria importancia de los hallazgos arqueológicos que se conservan en el Museo de Villena, entre los que se encuentran los conjuntos de joyas prehistóricas denominadas "Tesorillo del Cabezo Redondo" y "Tesoro de Villena", de resonancia mundial, convierten a este Museo en uno de los más interesantes de España y en un importante centro de investigación y estudio de la evolución de la industria humana desde el Paleolítico hasta los tiempos medievales. Por otra parte resulta muy conveniente para el Estado disponer en aquella región, que cuenta con uno de los núcleos prehistóricos más singulares de la Península, de un centro oficial en donde se conserven y expongan con las necesarias garantías y debidamente clasificadas y ordenadas, cuantas piezas de interés artístico, arqueológico y etnográfico sirvan de exponente de la Historia y significación de aquella comarca. Por lo expuesto, y a propuesta del Ayuntamiento de Villena, que hace suya la Dirección General de Bellas Artes, este Ministerio ha resuelto: "Autorizar la creación del Museo Arqueológico de Villena, que llevará el nombre de 'Museo Arqueológico José María Soler' y se someterá al régimen general de los Museos dependientes de la Dirección General de Bellas Artes"».
En 1979, la que se había transformado en Dirección General de Patrimonio Artístico y Cultural, a propuesta de su Delegación Provincial en Alicante, otorgó una importante subvención para restaurar el Palacio Municipal. Las obras, dirigidas por el arquitecto D. Ramón Valls Navascués, terminaron en 1982, pero continuaron en el siguiente para ampliar y remodelar las instalaciones del Museo con la habilitación de un amplio almacén en los sótanos del edificio, lo que permitió utilizar el antiguo taller como nueva sala de exposiciones.
La terminación de las obras coincidió con el traspaso de competencias arqueológicas a la Comunidad Autónoma del País Valenciano, que comenzó su actuación con el vallado del importante yacimiento del Cabezo Redondo. La reinauguración del Museo se realizó oficialmente el 1 de diciembre de 1987.

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