EXCAVACIONES EN EL MUSEO ARQUEOLÓGICO
Por José Mª Soler García
Finalizadas las Fiestas de 1983, dieron comienzo las obras de restauración del Museo Municipal a cargo de la Dirección General del Patrimonio Histórico Artístico y bajo la dirección del arquitecto don Ramón Valls Navascués, que ya había proyectado y dirigido antes la restauración del Palacio Municipal.
Como necesidad perentoria surgió la de habilitar previamente un local amplio y adecuado para conservar y tener a disposición de los estudiosos los materiales acopiados durante muchos años de trabajos de campo y que no estaban expuestos en el Museo. Después de amplias deliberaciones se destinó para ello el sótano del Ayuntamiento, antigua prisión, que estaba prácticamente en desuso y que fue debidamente acondicionado para tal fin. Allí fueron trasladados los materiales guardados desde el principio en una sala que ahora iba a ser incorporada a los locales de exhibición.
Se comenzó por derribar las paredes que separaban las dos salas del Museo y la de la segunda de éstas con el almacén, al que se ascendía por unos peldaños de obra porque su piso se hallaba a ma¬yor altura que los de aquéllas.
Era de esperar que un edificio conocido hasta épocas no lejanas como "las casas del Tesorero", por alusión a don Pedro de Medina, que desempeñó aquel cargo en la iglesia de Cartagena y que edificó el monumento a principios de siglo XVI para mansión de los beneficiados de Santiago, nos diera testimonios directos de su vida durante cuatro siglos, y así ha sido en efecto.
Distinguiremos tres puntos esenciales en los trabajos de exploración: la Sala I, que era propiamente la del Museo; la Sala II, continuación de la anterior, de la que estaba separada por un tabique y llegaba hasta la calle de San Antón, y el Almacén ya mencionado, que llegó a estar comunicado con la plazuela de la ermita de aquel Santo, pero cuya puerta se cegó en 1957 para mayor seguridad del Museo. Comenzaremos nuestra descripción por éste último.
ALMACEN:
Para el nuevo uso al que se le destinaba, había que rebajar su piso hasta el de las salas contiguas, y se comenzó a practicar una zanja a lo largo de la pared de la calle. Al levantar la superficie se observó que descansaba sobre un pavimento formado con ladrillos puestos de canto y piedrecillas en los huecos. Este pavimento, en muchas partes perdido llegaba hasta aproximadamente la mitad de la habitación, que debió ser en tiempos una cochera cuyo piso se elevó para su más fácil acceso por la puerta de la plaza ya mencionada y por otra recayente a la calle de San Antón, que fue después convertida en ventana. Al mismo nivel que el de las salas contiguas, apareció el piso primitivo con losetas de cerámica, sobre el que descansaba un potente relleno de piedras y escombros de 1'35 metros hasta la altura de la calle.
Se utilizaron para el relleno fragmentos de ollas, lebrillos y platos de loza ordinaria, con vidriados blancos, melados o verdes, que están todavía por reconstruir. Es de señalar la presencia de unos cincuenta fragmentos de lucernas consistentes en pequeños cuencos de base plana, dos o tres centímetros de altura y bocas de seis a siete centímetros, con un pellizco a modo de piquera. Son de pasta ocre, más o menos rojiza, fabricadas a torno sin excesivo cuidado, y la presencia en una de ellas de una gota de vidrio amarillento en el borde, nos hace sospechar que se trata de ejemplares frustrados, residuos probablemente de un taller de alfarero que no debía hallarse muy lejano.
Junto a éstas interesantes lucernas aparecieron también, por toda la extensión del recinto, multitud de trozos de losetas cuadradas, de veinte centímetros de lado, vidriadas de blanco y con números en azul de tres, cuatro o cinco cifras, enmarcados por una línea asimismo azul. No es presumible que estos azulejos se trajeran de muy lejos para arrojarlos en los escombros; parece más natural que se hallasen en las cercanías de la obra. Lo que no se nos alcanza es su significación, porque tampoco cabe imaginar una serie ininterrumpida hasta el 10.065, que es el número más alto de los encontrados hasta ahora. Como hipótesis adelantamos la posibilidad de que se trate de una especie de código, indescifrable por el momento. Pensemos, por ejemplo, que los pisos-altos del edificio fueron utilizados en algún tiempo para almacenar en grandes cantidades el trigo del Pósito.
SALA II:
Cuando en 1957 se efectuaron las obras de acondicionamiento del que había de ser Museo Arqueológico Municipal, en el rincón que forma la sala con el almacén apareció un lote de objetos del mayor interés, que ha permanecido inédito a la espera de poder conocer mejor las circunstancias de su entorno. En este aspecto, los trabajos realizados en aquel rincón, tras la demolición de la pared medianera con el citado almacén, no dieron el resultado que esperábamos, y nos convencieron de que aquel lote había sido recogido entonces casi en su totalidad. Se componía de una vajilla integrada por una fuente y dos platos de pasta rojiza, pintados en su cara interna con trazos irregulares de manganeso de muy suelta factura y recubiertos con vedrío melado de buena calidad. Junto a ellos se hallaban grandes fragmentos de algunas esbeltas jarras de pasta blanquecina, sin vidriar, con alto cuello lobulado, cuerpo globular y asas verticales. Son del más bello perfil que hayamos podido ver en jarras moriscas de este tipo. Había también numerosos trozos de objetos de vidrio, con asas muy elaboradas; y lo más interesante a nuestro entender: un trozo de plato con vidriado grisáceo, una línea azul por todo el borde y unas siglas arábigas pintadas con manganeso en el exterior del fondo, que es precisamente por donde el plato se rompió. Algunos expertos han creído leer en estas siglas la palabra hada que significaría "est(e)es...". Nuestros esfuerzos por encontrar los restantes fragmentos resultaron infructuosos; es muy posible que quedaran al otro lado del muro, en los estratos profundos del piso de la calle. Lo reproducimos de nuevo, pues fue publicado en el artículo que con el título de "Notas sobre la Villena musulmana", apareció en el número 27 de esta revista, correspondien¬te al año de 1977. Los hallazgos en esta sala se limitaron a un gran cascabel de bronce -recordemos que por aquí estuvieron las caballerizas-; un dedal abierto por ambos extremos, similar a otros ejemplares encontrados en las excavaciones del Castillo, y dos grandes trozos de cuencos de reflejo dorado, que podrían ser fechados en los siglos XV-XVI. Con todos estos objetos apareció también una lucerna completa, de las suministradas con tanta abundancia por el vecino almacén. Es algo mayor .que las demás, de pasta gris bizcochada, sin vedrío de ningún tipo.
SALA I:
Es la del Museo propiamente dicho, que en tiempos fue utilizada como caballerizas, según hemos dicho, y ha sido después academia de música, escuela de párvulos y muchas cosas más. Corresponde a la parte del edificio incendiada en 1707 por las tropas inglesas y reconstruida en 1717 por Cosme Carreras. Llegó a tener cinco arcos de ladrillo, que han surgido de nuevo durante las obras y que van a permanecer a la vista perfectamente restaurados. Uno de ellos se encuentra empotrado en la pared de separación con el Archivo Municipal, que no ha podido ser incorporado al Museo por falta de lugar apropiado para conservar y poder utilizar los importantes legajos que contiene.
Desde el punto de vista arqueológico, lo más importante de esta sala ha sido la aparición de un pozo cegado al pie de la ventana que hay a la derecha, una vez traspuesta la puerta principal. Medía 1'30 metros de diámetro en la boca, que había sido levemente cortada por los cimientos del muro de separación con el patio. Estaba relleno de tierras grisáceas, más o menos oscuras según el grado de humedad, que era más intenso hacia el fondo.
La excavación, que duró desde el 23 de octubre hasta el 6 de noviembre, alcanzó el fondo a los 4'30 metros de profundidad. Para facilitar el acceso se habían practicado en las paredes series de dos hoyos opuestos que se repetían cada 60 centímetros. La excavación se hizo en siete capas de diferente espesor, según las características del estrato, lo que nos ha permitido obtener una cronología relativa, que se convirtió en absoluta con la aparición de diversas monedas: tres dineros valencianos de Carlos I (1517-1558) y un maravedí de Felipe II (1556-1598) en los niveles inferiores; y un dinero de vellón de Felipe III (1598-1621) y tres monedas reselladas de Felipe IV (1621-1665), de cuatro, seis y ocho maravedís, en las capas altas. Todo ello abarca un período de dos siglos, desde principios del XVI hasta finales del XVII, que son los que tendría de vigencia el pozo, abierto cuando se levantó el edificio y desaparecido con el incendio de principios del XVIII.
Ha suministrado numerosos fragmentos de cerámica que están todavía por estudiar; los hay con pintura de manganeso o con reflejo metálico; cuencos vidriados en blanco con orejetas almenadas, ollas y cazuelas con vedrío melado, tazas azules con pintura oscura, platos policromados, vasijas bizcochadas con adorno inciso, y varias otras especies que no es del caso detallar aquí.
El vidrio es abundante, con fragmentos finos de buena calidad; y también el hierro, del que se recogió una punta de lanza en el estrato VI.
Como datos curiosos señalaríamos la aparición de una pipa de fumador en forma de bota, fabricada en cerámica negra, y la presencia en casi todos los estratos de algunos alfileres, enteros, fraccionados o doblados, lo que nos hace pensar en actos supersticiosos o rituales de los que tanto abundan en los pueblos de España. Recordemos que las modistillas madrileñas arrojan alfileres a la fuente de su Patrón, y que, en Toledo hay una calle llamada "de los alfileritos", con una Virgen dentro de una hornacina en la que también se depositan alfileres. Al mismo tipo de superstición responde la costumbre de arrojar monedas en los pozos y fuentes.
Una vez más como venimos haciéndolo desde hace muchos años, hemos querido dar cuenta a los villenenses de unos hallazgos ocurridos en nuestra ciudad, y esta vez en su edificio más representativo. El Museo se va a ver ahora enriquecido con unas vitrinas en que se exhiban los materiales recogidos de su propio subsuelo, caso poco corriente en lo que a nosotros se nos alcanza. Desgraciadamente, no todos los hallazgos de este tipo, que suelen ser frecuentes, alcanzan la debida divulgación. Los que de algún modo estamos ligados a estos menesteres no somos, contra lo que algunos puedan pensar, fetichistas de las ruinas. La importancia de los hallazgos es muy relativa, pero es imprescindible conocerlos para de-terminar esa relatividad, y esto debe estar siempre presente en la conciencia colectiva.
Cierto es que las colaboraciones espontáneas son cada vez más frecuentes, y aquí es necesario resaltar la que en esta ocasión nos ha prestado un grupo de jóvenes cuyos nombres consignamos con especial satisfacción: María Teresa Flor Tomás; Antonia García Áyelo; María Amalia Serrano Yáñez; Roberto Espinosa Millá; Manuel Carrascosa Pérez; Francisco Torró Valiente; Ángel Sánchez Pardo; José Hernández Salguero y José Francisco Flor Tomás. Todos ellos y algunos otros esporádicos, han realizado una labor digna del mayor encomio.
El estudio de todos los materiales obtenidos está todavía en período de elaboración. A su debido tiempo daremos cuenta de sus resultados.
Extraído de la Revista Villena de 1984
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