13 sept 2022

1951 EN TORNO AL CENTENARIO. EL OTRO CHAPÍ

EN TORNO AL CENTENARIO - EL OTRO CHAPÍ
Por Cristóbal de Castro
Salutación íntima, recatada, se remonta hacia los espacios infinitos. No vuelan sus canciones, pero cruzan las emociones por la memoria hacia las cumbres de su gloria...
El Centenario no ha sido incensario, sino formulario. Aparte la cordialidad de Villena, su cuna, los teatros de España y de la América española, olvidaron al genial músico. Las compañías líricas, entregadas abyectamente al jipío, en vez de enlutar los balcones, zascandilearon las rumbas y las sambas.

Hay un Chapí popular—del pueblo—cuya obra, difundida durante medio siglo en la Prensa, en la Escena, en la Pantalla y en la Radio, cifra la musa predilecta del Casticismo auténtico; y cuya vida, desde la oscura orquesta de Novedades al monumento del Retiro, es la ingénita órbita del hijo del pueblo, recorrida desde las simas del dolor hasta las cimas de la gloria.
Pero también hay un Chapí recóndito, inédito,—el otro Chapí—cuya vida, franca y leal, encubre noblemente cicatrices aviesas, y cuya obra muestra las pesadumbres del Silencio en cuadrilla y las melancolías del laurel, marchito en la rama.
Los nigromantes de Cervantes daban por cierto que era «un ingenio lego». Los nigromantes de Chapí lo secuestraron en el tipo de genial castizo, autodidacto, sin más letras que las del silabario.
— ¿Para qué necesita letras el genio?—Y le colgaron la ignorancia.
— ¿Para qué conocer países extraños?—Y lo vistieron de xenófobo.
Y a fin de perpetuarlo en su jerarquía de gran músico, le otorgaron la primacía contemporánea; sobre Bretón, sobre Caballero, sobre Chueca, Chapí, nadie más que Chapí...
Los aduaneros de la fama no le consintieron pasar la frontera. Nada de viajes, nada de estudios extranjeros, que marchitan la inspiración castiza, genuina del sainete. Todavía lo pujan sobre los tres jerarcas citados, en la proclamación popular: Monarca del género chico... Y aquí está la suprema injuria, la calumnia máxima. Porque el recóndito, el inédito, «el otro Chapí», rebasa las fronteras del sainete, viaja, estudia, afina el temperamento, refina el gusto, adquiere la conciencia de su misión, remonta el vuelo de sus alas.
Y así, desde la dura adolescencia, en que batallan la necesidad de comer poco y la decisión de estudiar mucho, se paga con el corto sueldo de la orquesta, los arduos estudios del Conservatorio. La práctica precede a la teoría, porque la teoría es el ideal y la práctica, el menester.
Y cuando la Academia de Bellas Artes convoca oposiciones a una plaza de pensionado en Roma, «el otro Chapí» la gana por unanimidad con su ópera «Las naves de Cortés», que, patrocinada por Tamberlick, se estrena con gran éxito en el Real. Desde Roma envía otra ópera, «La hija de Jefté», que también se estrena y aplaude en Madrid.
Y una «Polaca de concierto». Y un motete a siete voces. Y una «Monografía de autores españoles», del archivo de la Sixtina. De Milán remite otra ópera, «La muerte de Garcilaso», que pronto se canta en la Academia de Bellas Artes. Pasa luego a París, en la Exposición universal del 78, y de entonces son la ópera «Roger de Flor»; y la «Sinfonía en cuatro tiempos»; y el arreglo para orquesta de la «Fantasía morisca», ejecutada en la Unión Artística musical.
Vienen después un «Trío» y un «Scherzo», y un «Oratorio», llamado «Los Ángeles». Siguen «Los gnomos de la Alhambra», poema sinfónico. Y otra ópera: «El duque de Gandía». Y numerosas obras de concierto; tríos, cuartetos, zarabandas, danzas moriscas. «La Marcha de los trovadores»...
Esta labor genial, inmensa, es silenciada por los nigromantes en cuadrilla, que persisten en el encantamiento de Chapí, del otro Chapí, Monarca del género chico. Pero los grandes músicos—Pedrell, Albéniz;—los grandes concertistas—Sarasate, Arbós;— los grandes musicólogos—Rafael Mitjana, Manrique de Lara,—rubrican el desencantamiento. Y en virtud de sus admiraciones profundas, de sus vindicaciones excelsas, el recóndito, tácito, inédito genial—«el otro Chapí»— remonta el vuelo casticista a las cumbres del «inmortal seguro»...
Extraído de la Revista Villena de 1951

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