29 nov 2017

2017 JCF MICRORRELATO DE LA SEMANA JUNTA DE LA VIRGEN... "Suene ya… La Entrada…"

Cada semana el grupo Cronistas de Villena publica un microrrelato relacionado con nuestra Fiestas de Moros y Cristianos, poniendo en valor “pequeñas perlas” inspiradas en nuestra Fiesta con infinidad de matices: originales, entrañables, históricos, populares, etc.
No te las pierdas en www.dia4quefuera.com
Suene ya… La Entrada…
Autor: Antonio López Rubio– Cronista de la Junta de la Virgen
El silencio es lo único que se agradece, escuchando la sensibilidad de la calle nueva. Un golpe de bombo hace callar al bullicio. Comienza a sonar la obra maestra de Quintín Esquembre y, coincidiendo con sus primeros acordes, se inicia con emoción el devenir de los acontecimientos. Es momento de dejar brotar por la mejilla esa “lagrimica”, de mirar al cielo, de buscar esa nube difuminada blanca sobre azul, adivinando esa silueta que te hace recordar en ese segundo mágico a quienes ya no están. Tras deshacer ese inicial nudo en la garganta, y dejar salir las mariposillas del estomago, sigues tarareando y observas como la banda avanza hacia la plaza del rollo. Segundos que te invitan a disfrutar de la reflexión entre alegría, mientras la música se pierde, mezclándose con el murmullo del gentío y la llegada del boato moro. Y allí te quedas, abstraído, como sardina enlatada y atrapado entre empujones. Intentado vivir intensamente ese momento a tu manera, disfrutando del agobio, hasta que miras el reloj y las prisas se te hacen consejeras. Buscas la salida como piojo en costura rodeando de carrozas, esquivando equinos y observando con alegría, músicos recién llegados de otros lugares.
El ritual te obliga a seguir avanzando en el corazón de la tarde. Es momento de buscar los trastos. No se puede dejar que el turbante vaya de medio lado, no se puede permitir que la capa se muestre caída y habrá que llevar cuidado con la faja que siempre quiere descolgarse. Quizás sean esos inesperados kilos, aparecidos de la nada en el transcurso del año y con quien nadie contaba a la hora de sacar trajes del baúl. Volvemos a arrancar hacia la losilla, esta vez acompañado por la algarabía en cuadrilla, niñez y juventud nerviosa, haciendo bueno aquello de parecerse al palo, deseando ser astilla.
Tras la llegada de nuevo al bullicio y recordar lo acontecido apenas unos minutos, seguirán llegando intensidad a los momentos. Tras acomodar a la caterva en los sitios de costumbre, llega el momento de buscar a quienes serán tus compañeros de viaje. Los grupos de lanzas miran al cielo, situados cerca de la parrilla de salida. Sin duda, esperan también su oportunidad para la magia.
Es momento de formar en escuadra. Es tiempo de echar la vista atrás, para arrancar la ilusión y volver a encontrar esos sentimientos aletargados que surgieron a las cuatro de la tarde. Al son del timbal, entre el aparente desorden inicial, comenzamos con paso firme avanzando hacia delante, siempre hacia delante. Irremediablemente afloran emociones cargadas en la mochila del recuerdo. Apretando brazos, con lanzas que apuntan hacia la eternidad, sintiendo metales y timbal. Balbuceando alguna palabra en el ambiente con quien esta a tu lado, mientras observas a un público expectante.
Con paso cadencioso, mientras la banda cambia de partitura, de vez en cuando echas la vista atrás, para asegurarte de lo andado. Aprovechas para buscar la carroza, para ver quien hace del confeti una fiesta continua. Echando la vista atrás y volviendo a mirar hacia delante, como si no hubiese pasado nada, como si las vivencias negativas del año hubiesen desaparecido. Observando arcos, comprobando la rectitud de la fila, avanzado, riendo y llorando. Buscando el cielo, flotando en las nubes, pero pisando fuerte en la Corredera.
Seguimos hacia adelante, siempre hacia delante. Con pensamientos que se cruzan y aceptando esas maravillosas sensaciones en el corazón. Respiramos hondo, impulsamos oxígeno hacia el alma, viviendo un trayecto pleno en el instante. El acompasado viaje va llegando a su fin, con la sensación entremezclada de agotamiento y agridulces sentimientos, generando incertidumbre cuando llegamos al final. Aguanta la música. El cabo apura moviéndose en un metro cuadrado, esperando que nunca llegué la última escuadra de su bloque. Efímeramente y tras un golpe seco de timbal, la música desaparece y todo parece que se difumina, pero al fondo se escuchan otros compases, otros acordes, flotando en ellos otras historias La entrada, como la vida, sigue avanzando…

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