24 ago 2022

1957 EL POBLAMIENTO PREHISTÓRICO DEL TÉRMINO VILLENENSE

El poblamiento prehistórico del término villenense
Por José M.ª Soler García. Delegado local de Excavaciones Arqueológicos
Después de varios años de continuas rebuscas por todos los ámbitos de nuestro territorio, podemos intentar un esquemático esbozo del proceso de su ocupación por las diversas poblaciones prehistóricas. A semejanza de lo que ocurre en la mayor parte del Levante peninsular, son nulos, hasta el momento, los hallazgos atribuibles con seguridad a las dilatadísimas etapas del Paleolítico inferior, período al que los geo cronólogos asignan una duración de más de medio millón de años. Los primeros vestigios indudables de ocupación humana en nuestra comarca se remontan a la fase final del Paleolítico medio, datable aproximadamente entre los 50.000 y los 40.000 años antes de nuestra Era. Fueron hallados en la «Cueva del Cochino» (Sierra del Morrón), y consisten en instrumentos de pedernal que denotan una economía de cazadores-recolectores (figura 1.»). Atendiendo exclusivamente a la tipología de estos utensilios, los incluimos en el complejo denominado «musterolevalloisiense» final.
Figura 1. — Utensilios «musterienses» de la «Cueva del Cochino».
Estos cazadores «neandertalenses» del Morrón, nómadas y poco numerosos, debieron morar en nuestro término hasta un momento avanzado de la última glaciación, y lo abandonarían cuando las tremendas heladas que entonces debieron producirse obligaron a emigrar hacia climas más benignos a la gran caza de que principalmente se sustentaban.
La continuación del proceso humano la hallamos ahora en otra cueva del paraje denominado «La Huesa Tacaña», en las raíces occidentales de la Peña Rubia. Sus restos industriales son también instrumentos de sílex, pero difieren bastante de los musterienses aunque responden todavía a similares necesidades (figura 2.a). Estos nuevos ocupantes de nuestro suelo, pertenecientes a la raza de Cro Magnon, son los llamados modernamente «gravetienses», los cuales alcanzaron su máximo desarrollo entre los 20.000 y los 10.000 años antes de Cristo. Proceden seguramente del Oriente mediterráneo, pero su instrumental lítico, por lo menos en lo que a los de la «Huesa» se refiere, señala interesantes contactos con los «magdalenienses» del Norte de Europa. En estos «gravetienses», según la opinión del eminente investigador don Luis Pericot, debemos ver «los más viejos representantes del núcleo fundamental del pueblo español».
Un magnífico yacimiento sirve para mostrarnos la evolución experimentada por estos cazadores montaraces bajo el influjo de nuevas necesidades primero, y al contacto dé civilizaciones superiores después. Nos referimos a la «Cueva del Lagrimal», abierta en los escarpes de un agreste barranco de la Sierra de Salinas. Sus niveles inferiores señalan todavía la influencia «gravetiense», matizada por el microlitismo geométrico propio de pueblos que practican la caza menor. Con estos materiales, que también se presentan en otra de las cuevas de la «Huesa» y en el yacimiento al aire libre de la «Casa de Lara» (figura 3.a), nos hallamos en pleno «Mesolítico», etapa intermedia, como su nombre indica, entre el Paleolítico y el Neolítico, y cuya duración abarca, en números redondos, desde el 8.000 hasta el 4.000 antes de J.C.A. los niveles «mesolíticos» del «Lagrimal» se superponen otros en que, sin variaciones demasiado sensibles en el instrumental de sílex, aparecen dos elementos totalmente desconocidos hasta aquel momento: la cerámica y las hachas de piedra pulimentada, indicios elocuentes de que ha llegado a nuestro territorio la gran revolución «neolítica» agricultora y pastoril.
Figura 2. « —Industria «gravetiense» de «La Huesa Tacaña».
El «Neolítico», complejo y multifacético, es como una riada que inunda todo el término. Apenas hay lugar propicio para el cultivo o apto para el pastoreo en que no aparezcan sus vestigios. Más de treinta yacimientos llevamos ya localizados y es totalmente seguro que aún faltan muchos por descubrir. En casi todas las cuevas habitables; en las terrazas arenosas del Vinalopó; en las orillas de la desecada «laguna» y de los numerosos marjales que colmaban las hondonadas, aquellos incipientes cultivadores o conductores de rebaños semi-trashumantes debieron hallar, sin duda, una especie de paraíso terrenal. A ellos se deben las maravillosas puntas de flechas silíceas, que cuentan entre los utensilios más bellos de la Prehistoria (figura 4.).
Pero el Neolítico, tomado en su estricto sentido, fue corto. La zona que le separa de la Edad de los Metales tiene límites borrosos y no es infrecuente que un mismo yacimiento se adscriba a una u otra orilla según el punto de vista personal del investigador. Así, los estratos que podemos considerar del Neolítico avanzado («Eneolítico» de muchos autores) poseen ya algunos sencillos objetos metálicos, como se comprueba en los niveles superiores de la «Cueva del Lagrimal», y únicamente cuando la presencia de estos objetos se acusa con abundancia y variedad podemos hablar con propiedad de verdadera «Edad del Bronce».
En el término de Villena, adquiere esta última un desarrollo tan extraordinario como el del Neolítico precedente, del cual no es sino la continuación, aunque con esenciales diferencias. Los poblados de la Edad del Bronce no se encuentran ya en llanuras abiertas, como la de la «Casa de Lara», sino en estratégicas alturas fácilmente defendibles, síntoma de que sus habitantes sentían miedo, probablemente ante las incursiones de los depredadores de cosechas o de los buscadores de cobre nativo, materia prima que con tanta eficacia habían aprendido a transformar. Las cuevas, hasta este momento utilizadas como lugar de habitación, se reservan ahora casi exclusivamente para fines sepulcrales.
Figura 3.« Microlitos geométricos de la «Casa de Lara».
Son cerca de una veintena los poblados de este período que tenemos localizados en un espacio no superior a los trescientos cincuenta kilómetros cuadrados, lo cual supone una densidad de ocupación sólo comparable con la del gran foco metalúrgico almeriense; paralelo muy digno de tenerse en cuenta y no solamente desde el punto de vista histórico-arqueológico.
La erección de estos castros fortificados de la Edad del Bronce puede fijarse, sin peligro de grave error, hacia el 2.000 a. de J. C; alcanzaron el florecimiento de la llamada «cultura argárica», ya en pleno Bronce II, y todavía perduraban algunos, arrastrando una vida empobrecida y lánguida, cuando los colonizadores orientales, fenicios, griegos y púnicos, arribaron a nuestras costas mediterráneas.
Parece ser—pues el problema se halla en plena y cálida discusión científica—que del contacto de estos empobrecidos agricultores y metalúrgicos de la Edad del Bronce con los supercivilizados colonizadores clásicos surge en Levante y Sur de España la estupenda «cultura ibérica», mientras el Centro y Norte de la Península se halla ocupado por tribus indoeuropeas infiltradas por los pasos de los Pirineos.
Figura 4.— Puntas de flecha neolíticas de la «Casa de Lara».
No podemos aquí hacernos eco de tales discusiones. Bástenos decir que, tanto los «iberos» propiamente dichos como los «celtas» de la Meseta, han dejado también en nuestro término las huellas de su paso: aquéllos, en un poblado de la sierra de San Cristóbal; éstos, en una necrópolis de incineración del Peñón del Rey, en los Picachos de Cabrera.
En resumen: el proceso de la vida humana no se ha interrumpido en nuestro territorio desde hace, por lo menos, cuarenta mil años, y es muy posible que la ausencia de testimonios aún más antiguos se deba a deficiencias en nuestros medios de investigación.
Pero todo ello necesita una justificación documental que, naturalmente, no podemos aportar aquí. Considérense estas líneas como la osamenta descarnada de un amplio trabajo que tenemos en preparación.
Villena y julio de 1957.
(DIBUJOS DEL AUTOR)
Extraído de la Revista Villena de 1957

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